Ensayo

Mis ceniceros

Florence Delay

1 abril, 2011 02:00

Traducción de J. Cremades. Demipage, 135 pp., 17 e.


Que fumar es un placer lo sabíamos ya incluso quienes no fumamos; y no sólo por lo que afirma la letra del famoso tango, sino porque hay toda una memoria sentimental relacionada con este hábito que es ahora objeto de prescripción y condena. La escritora, actriz, hispanista y académica Florence Delay (París, 1941) ha escrito un librito que soslaya la polémica aparejada a las crecientes restricciones que afrontan los fumadores, pero que es, implícitamente, una reivindicación de los recuerdos, imágenes, gestos e ideas relacionados con el acto de fumar; y lo hace en la única clave en la que este tipo de repertorios puede tener alguna pertinencia: la autobiografía. Una falsa autobiografía, si se quiere, en la que es mucho lo que se escamotea y algo, quizá, lo que se imposta en aras de la construcción de su protagonista: una voz de mujer que va desgranando recuerdos familiares, sentimentales, literarios, etc. cuyo hilo conductor es su relación con el acto de fumar, o con el correlato objetivo de éste: los ceniceros en los que la autora ha ido vertiendo las cenizas de los muchos cigarrillos fumados a lo largo de su vida.

Los ceniceros es, sobre todo, un libro muy francés, en el que se aúna el autobiografismo un tanto remontado de Génet o Léautaud con la ligereza de Colette. Un libro, como el Gil Blas de Lesage o El Cid de Corneille, escrito en falsilla española, porque la autora se declara admiradora de Bergamín y Ramón y, como éstos, hace del párrafo breve, a veces decantado hacia la ocurrencia ingeniosa, la unidad articuladora de su relato. Esa ligereza formal, así como el frecuente recurso a la ironía y las constantes profesiones de frivolidad y mundanidad, no ocultan un fondo de gravedad y melancolía, expresado por la carga semántica frecuentemente asociada a las cenizas, y a la evidente similitud entre el objeto destinado a recibir las del tabaco y la tumba que ha de albergar las nuestras. Cada cigarrillo fumado, parece querer decirnos la autora, es un recordatorio de ese ineludible destino. Y es, al tiempo, un gesto de afirmación vital, al que cabe referir lecturas, jornadas de trabajo, amores, viajes, etc. Cabe la vida entera, si no en un cenicero, sí en una colección de ellos, como la que la autora dice tener repartida entre sus casas y las de sus amigos.Termina este libro hecho de humo con una apelación final a la trascendencia; que es, por así decirlo, la aspiración de la ceniza a seguir el camino ascendente de su correlato gaseoso.