Image: La vida secreta de Isabel Coixet

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Ensayo

La vida secreta de Isabel Coixet

Isabel Coixet

28 octubre, 2011 02:00

Isabel Coixet

Lünwerg. 223 pp., 24'50 e.

Las películas de Isabel Coixet (Barcelona, 1962) gozan de una considerable aceptación internacional. No se trata solo de que varias hayan sido sancionadas positivamente en los festivales y por la crítica y el público, sino también de que la directora catalana ha logrado financiar y rodar proyectos en varios países.

Sigo prefiriendo títulos del primer tramo de su filmografía como Cosas que nunca te dije (1996) y Mi vida sin mí (2003), anclados en sentimientos hondos, a películas como la celebrada La vida secreta de las palabras (2005) y Mapa de los sonidos de Tokio (2009), en las que se sofistican y se incrementan las manipulaciones emocionales, estéticas y narrativas. Prefiero, sin duda, el mayor convencionalismo profesional de Elegy (2008) a la impronta formalista de los dos filmes anteriormente citados.

Esa divergencia entre la hondura y lo epidérmico se refleja perfectamente en el conjunto de textos -de origen periodístico- recogidos y ordenados, como una suerte de diario, en La vida secreta de Isabel Coixet, cuyo total dibuja, directa e indirectamente, un autorretrato de la cineasta, pues a través de lo que mira y de cómo lo mira acabamos teniendo una imagen de ella misma y, por inmediata y lógica extensión, de su cine.

Las palabras y los textos concebidos, obviamente, para ser leídos son presentados bajo el dictado y la voluntad del diseño dentro de una creación visual -de libro artístico, de libro-objeto-, sobre un elaborado fondo de fotografías de la autora, de manera que su lectura se hace ardua y difícil, pues la literatura que contienen ha sido sacrificada -o mermada- para la obtención de un resultado plástico.

Eso, para empezar, es ya algo que tiene que ver con Coixet y con el cine que viene haciendo. Sobreponiéndonos a esta dificultad -que no será tal para quienes prefieran "ojear" las imágenes y tocar el papel a leer y profundizar en las palabras-, en el libro advertimos un mundo muy internacional y cosmopolita, señalizado por diversas ciudades de todo el planeta, viajes, hoteles, comidas, canciones, arte, libros y películas que, por la elección y el punto de vista, confirman la apuesta de su autora por la modernidad.

Esa pasión de Coixet digamos que por el universo polícromo de la cultura de suplemento dominical o de mensual exquisito no esconde, sin embargo, un desconcertante deje de fatiga y hartazgo -transmisible-, como si tanta intensa novedad y trajín no dejara de pasarle factura y de provocarle incluso un atisbo de ironía y sarcasmo respecto al mundo en el que se desenvuelve, curiosamente compatible con la importancia que, a la vez, le otorga. Hay un apunte de brote esquizoide en ello como lo hay en el modo en que la explosividad colorista y vital del libro se acompasa con la mención constante del dolor y la tristeza, temas recurrentes en sus películas.

Si en no pocas ocasiones Coixet se adentra en sensaciones profundas, en confesiones personales interesantes, en descripciones valiosamente literarias y hasta en pequeñas narraciones breves en las que el texto coge vuelo estético y analítico, en otras -no pocas igualmente- se desliza tanto por una pista redaccional vacua como por incomprensibles descuidos estilísticos: observaciones previsibles, adjetivos tópicos o repeticiones de la misma palabra en líneas próximas.

Siendo un libro "tan editado", curiosamente le hubiera venido bien una mayor y mejor edición y selección de los escritos. Y el buen consejo de alguien para evitar la banalidad -en semejante contexto- de los "me gusta" y "no me gusta" que van en el interior de las cubiertas.