Image: Alhajas para soberanos. Los animales reales en el siglo XVIII

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Ensayo

Alhajas para soberanos. Los animales reales en el siglo XVIII

C. Gómez-Centurión

22 diciembre, 2011 01:00

Carlos III, por Goya.

Junta de Castilla-León, 2011. 450 páginas, 40 euros

Los animales que formaban parte de las colecciones reales y que contribuían -en la misma medida que los palacios, los objetos artísticos, las crónicas o el esplendor cortesano- a exaltar la grandeza, el poder y la majestad del monarca, apenas habían sido estudiados hasta ahora en España, lo que incrementa el atractivo de este libro.

Precisamente su vinculación con las colecciones de pinturas, esculturas u otros objetos bellos, es lo que explica que los primeros que se han acercado entre nosotros a los "animales del rey" hayan sido los historiadores del arte. Al igual que en otros tantos temas, historiografías más desarrolladas nos han marcado el camino que ahora transita brillantemente Carlos Gómez-Centurión (1958), con un estudio que va más allá de los límites cronológicos que anuncia en el título, pues son innumerables los datos que aporta sobre periodos anteriores al siglo XVIII, sobre todo de tiempos de la Casa de Austria.

El propio subtítulo: "de las leoneras a las mascotas de cámara" nos habla de una evolución en la sensibilidad y en el trato a los animales que parte de la situación existente antes de la centuria ilustrada y que lleva asimismo a la "apertura" de algunos de los principales recintos ocupados por los animales, como los Jardines del Buen Retiro, que con Carlos III pasaron, de ser un lugar restringido al rey y a la corte, a un espacio abierto al público. Se estaban prefigurando no solo los zoos urbanos creados por la burguesía decimonónica, sino también el amplio espacio urbanístico de expansión, recreo y cultura, en que habrían de convertirse los jardines del Buen Retiro y sus alrededores, cuyas obras comienzan ya en el siglo XVIII.

La búsqueda de animales por parte de los reyes, que había existido desde la antigüedad, se intensifica con la expansión ultramarina y los descubrimientos de comienzos de la Edad Moderna. Los animales más deseados son los más exóticos, en un fenómeno que tiene mucho que ver con las cámaras de las maravillas características de todos los palacios y colecciones de reyes y miembros de la alta nobleza. El poseerlos contribuía a exaltar el poder de su dueño, lo mismo que los animales más fieros, que ocupaban las leoneras, o los más grandes y poderosos, como los elefantes. Traerlos hasta la corte desde las procedencias más remotas exigía un enorme esfuerzo económico y un considerable poder. Ni que decir tiene que muchos ejemplares morían en el curso de los viajes o poco después de su llegada, ante las dificultades que implicaba su aclimatación. Otros capítulos eran su costosísimo mantenimiento y los frecuentes fraudes que generaba, así como los recintos creados para ellos en los diferentes palacios reales, cuyas características climáticas les hacían más o menos propicios a cada una de las especies.

Por el libro de Gómez-Centurión desfilan innumerables representantes del reino animal, desde los que ocupaban la leonera o casa de fieras del Buen Retiro a cuadrúpedos menos peligrosos y que rendían una utilidad (cabras, camellos, vacas suizas...), todo tipo de aves, peces, aves acuáticas y criaturas marinas. Buen número de ellos fueron reproducidos en láminas y pinturas, lo mismo que los animales de compañía, que en el siglo XVIII reflejaban también el avance de la sensibilidad hacia ellos. Otros muchos, como el famoso elefante de Carlos III, pasaron tras su muerte a incrementar, disecados, las colecciones del Gabinete de Historia Natural. En fin, el libro reconstruye bellamente la vida de los animales reales y sirve para demostrar que la capacidad de fascinación de la historia no tiene límites.