Ensayo

La partícula al final del universo. Del bosón de Higgs al umbral de un nuevo mundo

Sean Carroll

20 diciembre, 2013 01:00

Peter Higgs

Traducción de Marcos P. Sánchez. Debate, Barcelona, 2013. 384 páginas. 22'90 euros. Ebook: 11'39 euros

Si después de la higgsteria suscitada el año pasado, usted, lector, sigue sin saber qué diantre es el bosón de Higgs, este libro le brinda la oportunidad de aclararse definitivamente. Su autor, un físico teórico y exitoso divulgador, se esmera por explicar qué ocurrió el 4 de julio de 2012 en el laboratorio CERN, cuando un colosal experimento acaparó las portadas de la prensa mundial. La protagonista del circo mediático era la "partícula divina", así bautizada por un editor indiferente al berenjenal teológico creado al sugerir un Dios que hace favoritismos con sus partículas (los investigadores, por el contrario, la llamaban la "maldita partícula", por su naturaleza esquiva y el dinero gastado en su persecución).

Para dar cuenta de lo sucedido y su importancia, Carroll se lleva al lector por un largo periplo con paradas en el atomismo griego, el electromagnetismo, Isaac Newton, la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica, culminando en el Modelo Estándar, el paradigma dominante en física, del cual el bosón de Higgs -entonces de existencia hipotética- era la pieza que faltaba.

Carroll se desvive para que el lector no se pierda en el camino, extrayendo de su chistera de divulgador toda clase de recursos que ayuden a simplificar lo complejísimo y amenizar un tema difícil de digerir, pergeñando analogías a mansalva y asimilando la pesquisa del físico a la de un detective, sin olvidarse de invocar a los socorridos dinosaurios e incluso a un dúo de hip hop.

Por sucesivas aproximaciones, el lector aprende que el mentado bosón es una vibración extraordinariamente fugaz del campo Higgs, el campo de energía que ocupa el espacio vacío; se entera de que dicha partícula determina la masa del electrón, sin la cual no habría átomos y la materia que forma nuestro universo se desintegraría; comprende por qué su búsqueda exigió la construcción cerca de Ginebra del mayor acelerador de partículas del mundo, el LHC: un túnel con una circunferencia de 27 kilómetros y un diámetro de 8,6km, que costó unos 6.600 millones de euros; y se entusiasma junto a los seis mil científicos que aquel 4 de julio gritaron ¡Eureka! Tras detectarse algo que, si no es el mismísimo bosón de Higgs, se le parece muchísimo.

En paralelo, el lector ha advertido que esta proeza "no es solo una historia de partículas subatómicas, sino también de dinero, política y celos", vale decir: de lucha por la financiación, de egos monumentales e intrigas en la república de la ciencia, incluido un divertido episodio de cómo datos preliminares se filtraron a las redes sociales generando rumores falsos y enfados mayúsculos.

La travesía culmina en el umbral del mundo nuevo referido en el subtítulo; un umbral que el bosón de Higgs ayudará a traspasar sirviendo de "puente entre lo que conocemos y lo que esperamos conocer: la antimateria, la materia oscura, la supersimetría". Para Carroll su hallazgo "supone el final de una era y el principio de otra"; aunque para su colega Stephen Hawking hubiera sido más apasionante no hallarlo y tener que idear otra teoría en reemplazo del Modelo Estándar.

Un leit-motiv ilumina el itinerario cumplido: el deseo imperioso de conocer el porqué de las cosas, la justificación última de tan ingente despliegue de recursos humanos y materiales. Esta encendida apología de la ciencia básica, del afán desinteresado de saber -tan despreciado por el utilitarismo corto de miras- queda condensada en la respuesta del físico estadounidense empeñado en construir un costoso acelerador de partículas, al senador que le preguntaba qué aportaría a la defensa de Estados Unidos: "Nada, salvo contribuir a que merezca la pena defenderlo".

Divulgar física de partículas no es un reto menor y, aunque a ratos la lectura de La partícula al final del universo se hace densa y exigente con el lector lego, Sean Carroll sale airoso del empeño. Por este mérito recibió el premio Winton 2013 de la Royal Society al mejor libro de ciencia.