Image: El test de la golosina

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Ensayo

El test de la golosina

Walter Mischel

15 mayo, 2015 02:00

Walter Mischel

Traduccón de Joaquín Chamorro. Debate. Barcelona, 2015. 480 páginas, 23'50€. Ebook: 9'99€

Llega al lector en español un audaz ensayo que ha conquistado a lectores en todo el planeta con un planteamiento simple en apariencia pero central en la biografía de los individuos y las instituciones. La afirmación aquí sostenida es que la capacidad de los niños de retrasar la satisfacción inmediata de algo que les gusta es un indicador fiable del éxito que tendrán a lo largo de su vida. La capacidad de autocontrol sería un elemento determinante para lograr las metas que marcan el éxito vital.

Nacido en Viena en 1930, Walter Mischel es el pequeño de dos hermanos. Su padre, un hombre de negocios de origen judío, tuvo que emigrar a Estados Unidos tras la ocupación nazi de Austria en 1938 y abrir una tienda en 1940 en Brooklyn. Buen estudiante en el instituto, Mischel consiguió una beca para estudiar en la Universidad de Nueva York, centro en el que comenzó Medicina para luego pasarse a la psicología y, tras una larga carrera académica, ocupar, desde hace décadas, una cátedra en la facultad de Psicología de la Universidad de Columbia.

El origen de este volumen está en la serie de experimentos que Mischel puso en marcha a finales de los años sesenta y principio de los setenta. Los llamados desde entonces marsmallow experiments, pretendían estudiar en los niños los efectos del aplazamiento de las gratificaciones. En dichos experimentos, se les pedía a los niños que escogieran entre una pequeña recompensa de obtención inmediata o el doble si eran capaces de retrasar la recompensa en torno a un cuarto de hora.

En esos quince o veinte minutos, el investigador dejaba solo al niño y este tenía que tomar su propia decisión. Pasado el tiempo retornaba a la habitación en la que se realizaba el estudio. La recompensa podía ser una golosina cualquiera, una chocolatina o cualquier dulce del gusto de la chiquillería de entonces. En el posterior seguimiento de los chicos que habían realizado el experimento, Mischel y su equipo encontraron que, aquellos niños que habían sido capaces de retrasar la obtención de la recompensa tendían, en edades comprendidas entre los veintisiete y treinta y dos años, a puntuar mejor en una serie de medidas tales como calificaciones escolares, índice de masa corporal, nivel de autoestima o resistencia a la frustración o al estrés. En 2011, gracias al adelanto de la neurociencia en el estudio del cerebro humano, se pudo apreciar, en un seguimiento de la muestra original de Stanford, que la estructura cerebral era diferente en los grupos capaces de retrasar la recompensa respecto de los que se gratifican de inmediato.

El test de la golosina es, en definitiva, el relato de la idea básica que ha guiado el trabajo de Mischel a lo largo de su vida académica. Una idea que descansa sobre el análisis de la capacidad autocontrol del niño y por extensión del ser humano que toma decisiones a partir de un cerebro en el que residen dos sistemas en íntima interacción: uno, el sistema "caliente" -emocional, irreflexivo, inconsciente- y otro "frío" -cognitivo, reflexivo, lento y esforzado. Tiene mucha relación este doble sistema cerebral con la tesis del psicólogo y premio Nobel de Economía, Daniel Kahneman que en Pensar rápido, pensar despacio (Debate, 2012) señala que nuestra mente funciona sobre la base del "Sistema 1" -rápido, autómatico, sin esfuerzo- y el "Sistema 2" -complejo, esforzado, lento.

Esta "historia del test de la golosina" está dividida en tres partes. En la primera, se examina la "capacidad de demora" de los niños en edad preescolar y los mecanismos cerebrales que la regulan. La segunda parte responde a una cuestión esencial: ¿por qué el rasgo del niño capaz de esperar y recibir de este modo más golosinas, es tan predictivo del éxito y bienestar futuro? En la tercera parte, más breve y no tan consistente, se analizan las implicaciones de la investigación para la vida pública. Por último, el texto abre el plano y considera el autocontrol, la genética y la plasticidad del cerebro como la combinación de elementos que marcan el devenir vital.

La teoría del autocontrol nos descubre que las cosas buenas son para los que esperan. Si nuestro niño toma la chocolatina y sale corriendo conviene recordar con Mischel que el autocontrol también se aprende.