Novela

Llora, alegría

Cuca Canals

28 febrero, 1999 01:00

Planeta. Barcelona, 1999. 278 páginas, 2.300 pesetas

La novela no defrauda, ni impide el disfrute de todas las ocurrencias que vetean el trayecto de Alegría viviendo de su tristeza hasta que descubre el sabor de las lágrimas

A sombrosa, tierna, fresca y divertida fue, para muchos, la entrada de Cuca Canals (Barcelona, 1962) en la escena de la narración escrita. Algunos sabían que venía del mundo del celuloide, de colaborar en los aplaudidos guiones de Bigas Luna. Pero fue Berta la Larga (1997) quien sacó su nombre de los títulos de crédito y lo subrayó con primeros planos por el ingenio del que hizo gala la fabulosa plasticidad de su escritura. Poco después, coincidiendo con la secuencia de elogios derramados por crítica y público al impecable guión de La camarera del Titanic, irrumpió con un relato tan lleno de acrobacias imaginativas y poéticas que se ofreció como una peripecia irresistible ante los ojos de tantos lectores ávidos de encuentros con la sencillez, el desenfado, el buen gusto y una originalidad sin precedentes. Fue La hescritora, así, con hache: una historia montada sobre la idea de llenar de palabras cuya imperfecta ortografía ilustrara todas las imperfecciones que caben en la vida y en la literatura.
Con ella se afianzó la posición narrativa de esta autora, incalificable en el bosque de la novela actual, tal como suscriben las palabras que ocupan la contraportada de su tercer libro. Que llega regalada por el mimo de una edición extraordinaria, enfatizadora de los pintorescos atributos con los que la autora rodea sus historias. Pues hay que saber que las palabras, sus formas y sus proporciones, además de estar al servicio de sus argumentos los acompasan con la frescura de dibujos en los que ellas mismas se combinan para escenificar parte de lo narrado. No es raro, así, tropezar con las letras que componen los nombres de los personajes, o incluso sus estados de ánimo, representando imágenes que, a modo de ilustraciones, asaltan de forma inesperada cada novela. Como tampoco lo son los personales colofones de sus libros: divertidos y curiosos apéndices donde lo que se registra está siempre muy lejos de la veracidad de las fuentes o del rigor de los índices.
De esas genuinas características formales, de su deseo de atrincherarse en la imaginación como una posición ante la vida, y del ya inconfundible fluido de ingredientes mágicos, participa igualmente esta última entrega de Cuca Canals, Llora, Alegría. Una apuesta narrativa de mayor riesgo que opta por brindar su sentido plástico y escénico a unos fines narrativas más ambiciosos. En ella cuenta el extraño caso de una niña marcada hasta tal extremo por sus antecedentes familiares que no sabe llorar, y que lucha por conocer esa emoción que irá rompiendo al ritmo que le impone la vida. Y cuando rompa llorará de tan extraña manera que su historia será la de un itinerario emocional sin salida. Porque su llanto lo bañan lágrimas de oro. ésta es la excusa argumental para una trama que salpica de anécdotas gráciles y frescas los matices de tan fantástico suceso, en el magma emocional que recorre la vida de la protagonista, en la seductora manera de confundir imaginación y realidad, en la puesta en escena de voces y lugares del imaginarium de la autora. Y eso juega a su favor.
En su contra tiene, en cambio, la dificultad de sostener el ritmo de una narración que carga las tintas en el fatalismo de una ruta vital marcada por acciones dramáticas excesivamente redundantes, al servicio de un fin, cierto, que es poner en evidencia el embrutecimiento de un mundo donde proliferan sin pudor las miserias humanas. Pero escarba más en las posibilidades de la imaginación que en las de la trama y sus modos, se echa de menos la exploración de otras vías para ahondar en la trama, o en los matices que singularizan las acciones y los gestos de los personajes, para ampliar el cauce del magnífico potencial de sus ideas fabulosas. Y el resultado es que pueden más los medios que el fin, las ideas que el sentido narrativo al que apuntan.
Aun con todo no defrauda, ni impide el disfrute de todas las ocurrencias que vetean las estancias de un viaje por la secuencia de emociones que marcan el fatal trayecto de Alegría viviendo de su tristeza hasta que descubre el sabor de las lágrimas comunes. Aunque es verdad que no supera la gracia, el ingenio y la hondura de La hescritora.