Novela

La semana fantástica

Pedro Casariego Córdoba

13 junio, 1999 02:00

Edición de Antón Casariego. Espasa. Madrid, 1999. 223 páginas, 2.300 pesetas

é ste es un libro sustantivo. No un libro común -¡nada más lejos!-,
aunque sí propio, pues lo que contiene lo concibió su dueño, el poeta
y pintor Pedro Casariego (Madrid, 1955-1993), para manifestarse entre seriedades mayúsculas y burlas paradójicas. Pero el responsable del volumen, quien le dedica esta mimada y cuidada selección de textos en prosa, es su hermano Antón. Para ofrecerlos como un largo poema de palabras que ilustran su ánimo de creador sobre un fondo de imágenes caladas de temperatura humana. Son fragmentos (algunos inéditos) tomados de aquí y de allá, de libros ya publicados (como La vida puede ser una lata, Cuadernos Amarillo, Rojo, Verde y Azul...), de breves piezas teatrales, de narraciones cortas publicadas en diferentes revistas, de dibujos trenzados por verdades embebidas de obsesiones mayúsculas. Verdades de las que advierte el autor de la edición, subrayando así la intención de ese título irónico y dubitativo, escogido con acierto para dejar entrever su talante compulsivo y burlón.
Es, en fin, una buena muestra de algo que no abunda. De un creador irrecuperable y de un estilo inusual y personalísimo, capaz de pactar con el sentido de imágenes tomadas del lenguaje verbal y el visual, de regalar a su discurso el rango de metáforas tan plásticas, tan capaces de sugerir la realidad con sus delitos y sus faltas, el hombre y sus quimeras imposibles...
No cabe duda de que una mente sensible y lúcida está detrás, y si no, vean y escuchen cómo es posible reconstruir los trazos que explican a Pedro Casariego. Un hombre que en un solo color, el azul, encontró la única excusa, la primera y única coartada. Su niñez transcurrió al lado de una pregunta imposible; después empezó a vaciar su corazón todas las mañanas, dejó de bajar los escalones de cuatro en cuatro para llegar a la calle.... Porque fuera sólo le esperaba el bochorno gris, la ciudad hecha de atardeceres inflamables, confusión de carne y acero; y él prefirió atrincherarse en la temperatura gélida del invierno, su única estación. Y decidió que si una calle llevara su nombre sería "una calle fría". En ella asentó su silencio lleno de dudas, sus obsesiones, su persecución de un Tiempo Mayúsculo, gigantesco, en el que irse introduciendo hasta ser alcanzado por la Inmortalidad. Por eso se inventó una Secta con unas Reglas que desacatan a los dioses de esta sociedad minúscula y febril en sus afanes, y las sueña capaces de imponerse a pesar de saberlas imposibles. Por eso entre el plano de esta realidad deseada y el de la impuesta se sitúan sus tremendas denuncias sobre la incomunicación entre los seres humanos. Pero sobre todo de la que entorpece e impide la única posibilidad de redimirnos. La posibilidad del amor. Para él sólo real cuando se le suprime la "r" y se conjuga únicamente en primera persona, en singular, desinteresadamente y sin esperar nada. ése es el más bello y desgraciado. De lo contrario surge la razón de una condena forjada con cicatrices no visibles. Pero sólo del otro nace gran parte de la poesía. Y a ella, y a su concepción del poeta le dedica este libro frases de una belleza y una singularidad notables.
Así son sus ideas, y de todas ellas hablan estos textos, aunque no todos alcancen todas sus posibilidades. Pero sí despliega ingenio y agudeza. Y no se nos escapa la lógica que les da sentido: el sufrimiento. El único que justifica que su autor sea irrecuperable. Que su final lo pusiera él. No olviden que la creación, como la vida, juega esas malas pasadas. Se llama justicia poética.