Novela

El álbum del solitario

Antón Castro

21 noviembre, 1999 01:00

Destino. Barcelona, 1999. 192 páginas, 2.000 pesetas

De memoria poética, de tiempo entretenido con invenciones y monsergas de sortilegios y apariciones y cuentos tomados de la imaginación popular. De herencia cunqueirana servida con verdadera personalidad literaria. De personajes, lugares y ambientes caldeados por la conversación certificadora del peso de lo insólito sobre la realidad. De leyendas y mentiras, en resumen, se alimenta la provincia literaria de este gallego que muy joven se volvió poeta y se marchó a Zaragoza. Y desde entonces, cada uno de los libros de Antón Castro (Arteixo, 1959), en castellano o en gallego, defiende con inspirada naturalidad y una prosa subrayada por austeridad de medios expresivos, su fascinación por lo extraordinario prolongando y ensanchando la vida de todos los días. Esa inspirada receta fue la que subyugó a los lectores de aquel hermoso fresco de historias recogidas en el volumen de relatos titulado Los seres imposibles, hasta el momento su mayor logro, la prueba de que en ese arte de la narración breve alimentada con ingredientes tan bien digeridos alcanza el autor sus más dignos regates.

Por eso esta nueva entrega, El álbum del solitario, narrada con el calor y la fuerza de los recuerdos evocados, nos llega como un ejercicio imaginativo y poético; deudor de sus sombras infantiles, de sus miedos adolescentes... Nos llega como un intento por "regresar a imágenes y obsesiones antiguas", a los personajes que poblaron el paisaje de su infancia. Y como tal resulta: como un tapiz de escenas y figuras tomadas de la geografía física y anímica del autor, expuestas a la vehemencia de sus dotes para reinventar lo real. Funcionan, pues, como relatos autónomos; cada uno portador de tensión y de sentido, reforzados por la recreación de su pueblo natal, aquí convertido en espacio imaginario, por la presencia vectora de un narrador en primera persona, y el débil empeño por reforzar el sentido unitario con un capítulo final que redondee el intento de novelar, pues como novela se presentan, tales vivencias.

Pero es difícil no advertir que el conjunto carece de trama unitaria y de la tensión propia de una obra que confunde la voluntad narrativa con la intensidad derivada de la intención de novelar un suceso. En ese sentido está llena de puntos vulnerables. También lo es evitar medirlo con la misma vara que su anterior libro sin concluir que su reconocible talante para la fabulación y el tono cálido derivado de esa acción restañadora de la memoria embaucan sin llegar a sorprender, sin desprender el halo cautivador que contenían las presencias, los lugares y los ambientes de aquella preciosa antología de "seres imposibles". Eso no evita, bien es verdad, el disfrute de una escritura como la suya al servicio, aquí, de las dos realidades esenciales a un discurso de corte autobiográfico.

Las primeras las sirve el recuerdo de la mirada infantil desde la memoria del narrador protagonista, Antonio Fabeiro, sin duda un trasunto del autor, igual que su pueblo, "Baladouro", lo que es de su Arteixo natal, Ese es el espacio por el que arrastra su infancia, la realidad gallega del matriarcado, la emigración, la memoria en el testimonio de los mayores, y el credo de un niño inclinado a la fabulación y a la desmesura, Credo hecho de miedos y temores ocultos, de derechazos a la razón, de sueños anclados a un escenario de niebla y olvido. Geografía real e imaginaria, recorrido afectivo por esa zona de la Galicia rural que proyecta sobre cada historia la atmósfera necesaria para envolver los más logrados relatos del libro, los que narran presencias de locos, ahogados, y aparecidos. Para darle sabor a la épica de su equipo de fútbol, de las primeras compañías, de la vida en familia y otras escenas que dan cuerpo a este entrañable "cuaderno". Que no está mal, pero esperábamos más.