Novela

París

Marcos Giralt Torrente

12 diciembre, 1999 01:00

Premio Herralde de novela. Anagrama. Barcelona, 1999. 300 páginas, 2.300 pesetas

Entre el goteo incesante de nuevos nombres que todos los días llegan a las librerías, llamó hace poco la atención el de Marcos Giralt por un libro de cuentos, Entiéndame, al que ahora sigue ya una novela bastante ambiciosa, París. Por la envergadura del tema que afronta y por la amplitud de su fábula, Giralt se distingue para bien de otros autores de su promoción, limitados a la pura fotografía de actualidad y al simple hilván de ocurrencias.
París sí comparte, en cambio, un gusto muy del día, el de la confesionalidad, dentro del cual destaca por su acierto en la comunicación del sentir emocionado y perplejo de un narrador en primera persona. Este narrador, un joven en la treintena atormentado por las zonas sombrías de la historia de sus padres, recupera el pasado familiar desde un presente marcado por la ausencia mental de la madre, interna en un hospital. De ahí arranca una exploración guadianesca en los episodios para él ininteligibles del comportamiento materno, uno de los cuales, una enigmática estancia de meses en París, da título al libro.

Pronto la novela abre la expectativa de conocer dos seres humanos cada uno atractivo por razones diferentes. El marido es un tipo muy acabado de vividor con encanto, un delincuente pertinaz y seductor, orlado de un nimbo de misterio, que uno no quisiera contar entre sus amigos, pero que posee una fuerza literaria grande. Tiene un perfil tan sugestivo que, aun estando suficientemente trazado, sabe a poco. La madre parece, sólo parece, una de esas mujeres rendidas de antemano a un irracional poder del macho calavera. Pero, al no tratarse de una tonta ni carecer de energía, su tolerancia silenciosa encarna un motivo importante de validez universal, las razones recónditas que rigen la conducta humana.

El narrador, por su parte, desempeña su propio papel, más complejo que el de mero testigo o víctima de una pareja desigual: juez de los suyos, no puede dictar sentencia al descubrir que están estigmatizados por un pecado bíblico que aquí no debemos aclarar sin perjuicio de terceros. El narrador, pues, se convierte en el eje de una indagación moral múltiple que da pie, también, a que la historia principal se enriquezca con un buen ramillete de asuntos relevantes: la posibilidad de alcanzar la verdad, las apariencias engañosas, el lado oscuro de la vida, los peligros de la mentira, los sentimientos filiales, la dialéctica entre presente y pasado, el enigma del otro, el problema de la identidad, los huecos de la memoria, el precio de la ilusión...

Giralt aborda este relato psicologista de concepción bastante tradicional con desigual fortuna en sus aspectos lingöísticos y constructivos. El estilo de París deja bastante que desear. En parte porque tiende a la prolijidad, a la acumulación de elementos verbales redundantes que no aportan ningún valor significativo ni expresivo. En parte porque en medio de esa auténtica verborrea abundan las inexactitudes o gratuidades semánticas. Giralt escribe a veces como quien toca de oído y olvida las notas. Eso cuando no camufla un sentido confuso en afirmaciones altisonantes del tipo "Nunca más mi unicidad inquisitiva de hijo único".

Por el contrario, demuestra mucha destreza en la estructuración del relato, tanto en el modo meándrico de disponerlo como en el buen cálculo para dosificar un suspense oportuno y eficaz. También posee fuerza imaginativa para ahondar en conflictos íntimos y para forjar unos personajes singulares, plenos de vida, ricos y matizados. En fin, sus dotes de fabulador resultan visibles en su capacidad para inventar una materia anecdótica original e interesante.

La precariedad de la prosa de Giralt no acompaña a esas facultades que considero excelentes, las cuales no bastan para alcanzar el grado de acierto de conjunto deseable. La culpa, me parece, no procede de la incompetencia sino de un problema frecuente en muchos escritores actuales, las prisas. Reposada y limada, la honda y sugestiva historia de París hubiera dado un resultado menos desequilibrado y muy superior.