Novela

Puerto Angel

Marcos Ordóñez

30 enero, 2000 01:00

Destino. Barcelona, 2000. 381 páginas, 2.500 pesetas

Puerto Angel es una turbadora y convincente imagen del fatalismo que rige los inciertos destinos del universo y de sus extraños inquilinos

Tengo a Marcos Ordóñez (1957) por un escritor voluntarioso, esforzado y serio cuya constancia ya le ha permitido, aparte de labor como dramaturgo, crítico teatral y periodista, publicar media docena larga de novelas; novelas de considerable envergadura, no de esas leves y breves postmodernas, lo cual habla también de su ambición. Pero hasta la fecha hay un desequilibrio entre los propósitos y el acierto, relacionable también con sus cambios de tema, propios de quien no tiene seguridad en sus motivos y busca el modo de acertar. Es curiosa la hostilidad de Ordóñez hacia algún colega más afortunado en el reconocimiento público, que le lleva, con el pretexto de referir la aventura íntima de un escritor, a prodigar sarcasmos contra Muñoz Molina en Una vuelta por el Rialto.

Esa trayectoria alcanza en Puerto Angel la madurez y plenitud que antes eran promesas. Es ésta una novela compleja en la forma, pero clara en su línea anecdótica de fondo. Cuesta algún esfuerzo entrar en ella porque la historia central se fractura acaso un poco en exceso. Por dar una idea de esa exigencia, el lector ha de recorrer un centenar de páginas para encontrarse con un hecho básico del argumento, una catástrofe natural con resultado de muertes. Y tiene que recorrer las restantes 200, hasta alcanzar el epílogo, para descubrir otro dato capital, relacionado con el anterior y a cuya luz se entienden la peripecia conjunta de la narración y su sentido entero.

Este enfoque tiene algo que ver con la práctica del suspense, aunque no mucho. Agrega incertidumbre positiva al argumento, pero las acciones de varios personajes avanzan un tanto al margen de ese esclarecimiento final. Todo se debe a una afortundada correspondencia entre cierto modo de ver el mundo o ciertas preocupaciones apuntadas en la novela y la manera de construirla. En un momento de la narración se habla de los fractales y el relativismo que esa teoría supone viene a convertirse en el modo de presentar la realidad: multiplicada, fracturada, de aspecto caprichoso y algo icomprensible, o al menos imprevisible.

En todos estos resquicios o vertientes del mundo investiga Puerto Angel. Bajo el aparente desorden de la novela -reflejo de la vida- hay, sin embargo, un hilo conductor. Siguiendo ese hilo se sale del laberinto. Montadas las piezas del puzzle, la obra cuenta una historia familiar, una especie de saga que se remonta al abuelo, varios decenios atrás, y llega al nieto, y narrador destacado, en nuestros propios días, con noticias incluso de Internet y de la red. Esa historia va de Barcelona a varios lugares de América y aun visita otros puntos europeos. Habla de cantantes populares; de una actriz, un músico y un matemático; de ocultismo, magia y drogas; de amor romántico, de sexo triste y de homosexualidad; de ideales y frustraciones...

En este puñado de datos van implícitas dos cualidades de Puerto Angel relativas a los personajes y a los sucesos. Muestra Ordóñez destreza para dibujar numerosos tipos singulares, variados, densos y conflictivos. A la vez, llena el relato de peripecias pequeñas o grandes interesantes, resultado de una inventiva fecunda, al mismo tiempo que bien controlada. Con ello se sitúa en un ámbito cercano a lo testimonial, con algunas notas de irónica crítica y con dosis de patetismo. Pero no es esa voluntad documental o de crónica de un tiempo en sentido directo lo que interesa al autor.

La afición de Ordóñez a las mayúsculas que convierten hechos y experiencias en alegorías lo dice todo de su voluntad generalizadora. Tras ella se oculta una parábola pesimista del mundo que lo ve como un caos, regido por casualidades, misterioso, tal vez supeditado a la ley del eterno retorno y sin un sentido claro: "un proceso caótico produciendo un patrón ordenado". Por eso este retrato de una familia un tanto especial viene a ser una turbadora y convincente imagen del fatalismo que rige los inciertos destinos del universo, y de nosotros, sus extraños inquilinos.