Novela

Dafne desvanecida

José Carlos Somoza

20 febrero, 2000 01:00

Finalista del Premio Nadal 2000. Barcelona, 2000. 239 páginas, 1.875 pesetas

D icen que fue Gide quien dijo que "lo difícil es inventar, allí donde lo real le retiene a uno". Nada más cierto, y nada menos que dos novelas, cada una con su realidad a cuestas, han logrado desafiarla. Porque este año el Nadal parece haberse inclinado por dos modos de inventar historias regidas por el principio de realidad. Para saltárselo, deternerlo, o desautorizarlo. El primero, Lorenzo Silva, cuenta ya con un más que probado censo de habilidades narrativas. El segundo, José Carlos Somoza (La Habana, 1959, aunque instalado en España desde 1960), reaparece cargado de expectativas.

Así lo confirman sus más recientes trabajos, Dafne desvanecida, la novela finalista del premio Nadal, y la que le precede, Cartas de un asesino insignificante (Debate, 1999). Nos referimos al tratamiento, en ambas, de una realidad desacostumbrada como trama novelesca, pero siempre su gerente: la que concierne al acto mismo de la ficción. Así el asunto -tan wittgenstiano- que las propicia tiene que ver con la ilusa realidad de las palabras, con la relatividad de sus significados y con el delirio en el que desembocan cuando se proponen desdeñar la lógica de lo real con el lícito engaño de lo fantástico. Con esa baza logra imponer equívocos como el que desata la protagonista de la primera historia mientras juega a confundirnos con la misteriosa identidad de ese "insignificante asesino" que parece acosarla nombrándole su "muerte" en cartas a las que ella misma responde, hasta lograr detener su presencia. Y sale airosa, pues lo que resulta de ese discurso epistolar es un argumento que se complace en la frescura de personajes y situaciones.

El mismo tono lúdico, la misma sustancia metaliteraria, domina el "tremedal" novelístico que se desata en Dafne desvanecida. Consiste su trama en un juego de efectos, sugestivo por engañoso, creado a partir de la idea unamuniana de un escritor convertido en personaje de la novela de otros y víctima, por tanto, del enredo de una ficción creada para cercarle con los imperativos de ésta. Con los ingredientes que constituyen la sustancia y todo el proceso de la invención novelística: personajes que encarnan diversos puntos de vista, situaciones tomadas de la realidad más inmediata, un móvil que otorgue dirección a la intriga, un poderoso editor manejando las riendas, y la búsqueda urgente de una protagonista que colme de sentido el enigma planteado. Que será él quien, en virtud del conocimiento de su oficio y de los postulados que de él devienen, tendrá que desentrañar con las únicas armas de que dispone. Las palabras serán, pues su material de venganza, con ellas crea la única mentira que le permite defenderse. La que le lleva a invertir los términos inherentes al acto de la creación, pues lo que él hace es convertir la invención de otros en realidad suya.

El argumento, enorme y ambicioso, que bebe en abundantes referencias literarias y en múltiples dilemas de la literatura, confirma la capacidad imaginativa de su autor pero anuncia posibilidades expresivas de las que cabe esperar más. Porque avanza presidido por el deseo de abarcar innumerables cuestiones, de abordar tantos episodios como postulados pretende exponer; de hacer frente al pliego de intenciones que hace explícitas dispersando el sentido de esta emboscada tentadora en que consiste el relato de cómo se hace esta novela.