Novela

El beso del Cosaco

Eduardo Mendicutti

12 marzo, 2000 01:00

Tusquets. Barcelona, 2000. 262 páginas, 2.000 pesetas

Tal vez esta sea la mejor de las novelas de Mendicutti porque en ella ha conseguido redondear un texto de acreditada madurez

Las narraciones de Eduardo Mendicutti (Sanlúcar de Barrameda, Cádiz, 1948) suelen concitar una favorable acogida tanto de crítica como de lectores. Así viene sucediendo desde las novelas El palomo cojo (1991) y Los novios búlgaros (1994), que son sus obras más celebradas, hasta sus últimas entregas. Con significativa coherencia entre sus ficciones, el escritor gaditano se ha propuesto construir un territorio literario en torno a su ciudad natal en el que ocupan lugar preferente los conflictos emparentados con el acceso a la experiencia durante la niñez y la adolescencia y con las relaciones familiares y amorosas. Su tratamiento formal de estos temas se apoya en una mirada que combina el humor y el lirismo, con una prosa de cuidada elaboración estilística. Todas estas cualidades siguen presentes en la última novela de Mendicutti, tal vez la mejor de las suyas porque en ella ha conseguido redondear un texto de acreditada madurez.

El beso del cosaco desarrolla una singular crónica de familia que hunde sus raíces a finales del siglo XIX y se extiende a todo el XX, hasta octubre de 1999 en que se sitúa el presente narrativo. Lejos de toda épica y con sutiles dosis de ironía y humor, la novela da cuenta de los sucesos, sentimientos y afanes protagonizados por varias generaciones de una familia burguesa dedicada a la industria vinícola en una ciudad gaditana próxima a las marismas del Guadalquivir. Entre sus miembros abundan los personajes extravagantes. Y en todos ha dejado huella sentimental la imagen hierática del cosaco, una libidinosa figura de caoba en tamaño natural de un aguerrido oficial al servicio de los zares. De ahí nació la leyenda familiar, causante de efectos fatales en casi todos y depositaria de anhelos insatisfechos en algunos personajes femeninos. Entre éstos sobresale Elsa, que abandonó el lugar con su amante americano para vivir en California. Transcurridos más de sesenta años, nonagenaria y en vísperas de su muerte en un lujoso geriátrico cerca de San Diego, Elsa convoca mentalmente los fantasmas de su pasado y se reúne con su hermana Magdalena, con la que se ha carteado durante su larga separación. Este artificio queda realzado por medio de la simetría que anuda el comienzo y el final de la novela: en el capítulo primero Elsa se reúne con su familia gaditana, pero las últimas líneas la sitúan recluida en el geriátrico californiano; y en el epílogo (capítulo 15) una carta de su hija comunica la muerte de Elsa a su hermana, catorce días más tarde, con exacta coincidencia en el número de capítulos y de días transcurridos.
Esta imaginaria recreación de una accidentada historia familiar se lleva a cabo con las libertades que permiten los omnímodos poderes del narrador omnisciente y las especiales circunstancias en que se encuentra el personaje que desencadena todo el proceso y que en su agonía llega al extremo de convocar a los muertos para una fantástica fiesta de despedida. Se suceden así recuerdos y noticias de personajes peculiares y sucesos de varia índole, desde trágicas historias de amor como la de Clara y Antonio, crímenes pasionales como el del homosexual asesinado en una habitación de un convento de monjas, muertes de "melancolía metafísica" como la de un poeta precoz fallecido en plena adolescencia, sexualidades ambiguas como la del musculoso zángano portugués encumbrado en la familia por vía del matrimonio o el deterioro de la sensibilidad por múltiples operaciones de cirugía estética, entre otros muchos extravagantes fenómenos evocados en la postrera fiesta de despedida del mundo. La carnavalesca sucesión de recuerdos, con variaciones sobre la insatisfecha búsqueda de amor, discurre con una fluidez y una soltura acordes con la labilidad estructural de un texto pespunteado por oportunos motivos recurrentes (el mal olor del río, el olor de las papas con alcauciles, la leyenda del cosaco), de comicidad y gracia sustentadas en la ironía, la parodia y el humor (incluso humor negro, lo cual favorece el uso de expresiones sorprendentes) y escrito en una lengua de impecable factura clásica.