Novela

La extranjera

Rafael Pérez Estrada

12 marzo, 2000 01:00

Espasa Calpe. Madrid, 1999. 263 páginas, 2.300 pesetas

Aun dejando constancia de la calidad de algunos pasajes, La extranjera es una novela fallida, especialmente por el acartonamiento del lenguaje, poco apropiado para contar

Bien conocido como poeta, Rafael Pérez Estrada (Málaga, 1934) se ha internado esta vez, como han hecho otros cultivadores de la lírica, en el territorio de la novela. Quien lea La extranjera no dejará de notar en muchos momentos el aliento poético de algunos pasajes, que parecen implantados en el relato por un autor más dotado para las sensaciones que para la narración de acontecimientos. Pero es el carácter novelesco lo que debe considerarse aquí, no sus ribetes líricos. Y, considerada desde este ángulo, la obra ofrece muchos puntos débiles. Lo es la historia, a menudo desdibujada, en torno a unos seres que viven en la costa malagueña mientras Europa se destruye en la guerra más atroz del siglo. Lo son los personajes que giran en torno a la extraña relación amorosa que sostienen el narrador y Cristina: los gemelos, el llamado Freud, los muchachos hidrófobos, el General, Peter y Diana son, sin excepción, figuras borrosas, desvaídas, que surgen o desaparecen sin que lleguemos a familiarizarnos con ellas. Y son también sumamente tenues y evanescentes las acciones: el piloto abatido, el extraño enamoramiento de Cristina, las idas y venidas del narrador, sus observaciones sin relieve... Pero, además, es también un aspecto fragilísimo de La extranjera su lenguaje narrativo. A veces, la misma forma de expresión es envarada y artificiosa, y dice de modo circular lo que podría tener una formulación más llana: "Ocuparon [los ingleses] mi pensamiento y mis horas en los días precedentes en que me fue dado conocer a Cristina" (pág. 94); "historias, las por mí inventadas..." (pág. 76). O bien: "Al andar por los pasillos lo hacía como si éstos pertenecieran a un buque" (pág. 237). Por otra parte, lo que en un poema podrían ser destellos imaginativos y sorprendentes incrustados en un conjunto de visiones yuxtapuestas se convierte aquí, sometido a la necesaria articulación de la prosa, en algo a menudo caprichoso e ininteligible, o incluso despierta la perplejidad del lector: "Me desvestí torpe, sin el ritual apropiado" (pág. 105); "Extendiendo de abajo a arriba [sic] mi mano abierta, más que acariciarla empecé a remar sobre ella" (pág. 105); "adoptó la pose terrible de una ausencia total" (pág. 107); "voz digna de ser defendida en una caja de marfil y plata" (pág. 54); "era daltónico en ciencias naturales" (pág. 52); "las risas y las palabras brillaban como si no hubiera relación de causa y efecto entre imagen y sonido" (pág. 87).

Se tiene la impresión de que el cuidado extremo en no caer en la expresión manida lleva a estas soluciones; pero, por si fuera poco, la arriesgada búsqueda, con sus excesos incluidos, no elimina las caídas en el lugar común: "líquido elemento" (pág. 17), "poderosamente me llaman la atención" (pág. 43), "lloraba amargamente" (pág. 111), "necesidad imperiosa" (pág. 114). Y existen algunos usos abiertamente rechazables, como "jardín lujurioso" (pág. 47, por ‘lujuriante’), "el cinco por cien" (pág. 184), "bandejas [...] de ostentoso tamaño" (pág. 88), "la aparición [...] se asociaba fácil a las fotos" (pág. 26), "ruptura" (pág. 253, por ‘rotura’ de un espejo). Otras creaciones son un tanto discutibles: "sombras [...] huyentes" (pág. 164), "pensador imaginal" (pág. 236) o "voz pequeña" (pág. 136). No faltan los tics expresivos, alguno difícilmente justificable por su reiteración. Así, la fórmula comparativa "como si", muy utilizada, aparece aquí siempre sustituida por "tal si", lo que no constituye una solución óptima: "tal si estuviera..." (págs. 55, 84, 243), "tal si quisiera..." (págs. 176, 219; otros ejemplos diversos en págs. 83, 105, 107, 108, 113, etc.).

Aun dejando constancia de la calidad de algunos pasajes, sobre todo los que plasman ciertas ensoñaciones del narrador -y se hallan, por tanto, más cerca de la expresión lírica-, La extranjera es una novela fallida, especialmente por el acartonamiento del lenguaje, poco apropiado para contar, y porque la historia no acaba de adquirir un relieve que la haga interesante. Pero casi es innecesario decir que no hay historias interesantes, sino modos de contar que despiertan el interés del lector, lo fascinan y acaban por atraparlo. Y la manera narrativa de Pérez Estrada, a quien de ningún modo se le podrá negar el mérito de una notable ejecutoria en el terreno de la poesía, no es la adecuada para el relato. Al final, el lector conserva en la memoria algunas vívidas sensaciones del Peñón del Cuervo, de la Casa Alta, del paisaje soleado en que se mueven los personajes, pero sólo retazos de una historia desvaída que no ha logrado configurarse adecuadamente.