Novela

Las esquinas del aire

Juan Manuel de Prada

19 marzo, 2000 01:00

Planeta. Barcelona, 2000. 578 páginas, 2.900 pesetas

Prada se ha dejado arrastrar una vez más hacia una figura menor de la literatura, pero la ha elevado, gracias a un tratamiento literario eficacísimo, a una altura superior

El subtítulo de esta nueva obra de Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970) contiene una indicación acerca de su modalidad genérica: "En busca de Ana María Martínez Sagi". Se trata del relato de una búsqueda, de una indagación. El narrador descubre, al leer las entrevistas recogidas por González-Ruano en Caras, caretas y carotas (1930), una semblanza de la joven catalana Martínez Sagi, que acababa entonces de publicar su primer libro de versos, titulado Caminos. Las noticias con que Ruano adereza el perfil de la poetisa -era nadadora, había participado en campeonatos de atletismo lanzando el disco y la jabalina, se confesaba republicana y sindicalista- despiertan en el narrador un interés creciente, pronto estimulado por la dificultad de encontrar otros datos y el general desconocimiento que muestran las personas consultadas. A partir de ahí, Las esquinas del aire cuenta la historia de una indagación, animada por el empeño de reconstruir la vida y la obra de Ana María Martínez Sagi. En apariencia nos encontramos ante una muestra de hibridismo genérico. Más que una biografía, lo que se relata es el modo en que se van hilvanando los datos para elaborarla. Por otro lado, la construcción está emparentada con el relato detectivesco, aunque lejanamente, porque aquí no hay un misterio profundo que descifrar, y tampoco el personaje es tan recóndito, sino que ha dejado numerosas huellas escritas de su existencia -y sorprende que los indagadores no acudan a la consulta de los numerosos volúmenes, suplementos y apéndices del Espasa-, por lo que, en efecto, no resulta difícil encontrar cabos sueltos y anudarlos. No es, en suma, un rastreo tan penoso como los que han provocado algunos escritores de identidad enigmática, como Traven, T. Pynchon o ciertos cultivadores franceses del más crudo erotismo. En estas condiciones, lo que importa no es tanto el personaje perseguido como la narración de los esfuerzos y zozobras de los investigadores y de su progresiva obsesión por la tarea que se han impuesto y que en algunos momentos parece la única razón de su vida. Del dominio de la biografía pasamos así, insensiblemente, al de la autobiografía.

Pero de una autobiografía novelesca, claro está. El hecho de que en ella se hable de seres reales, se reproduzcan numerosos textos auténticos e incluso aparezcan personas -como Pere Gimferrer- convertidas en personajes, no confiere a Las esquinas del aire el estatuto de crónica. Si hacemos el esfuerzo de pensar en la posibilidad de que todo se hubiese construido sobre un personaje inventado y que Martínez Sagi no hubiera existido jamás, el resultado literario sería el mismo, porque aquí lo que importa -hay que insistir en ello- no es la calidad y la exhaustividad de la investigación llevada a cabo, sino el relato de cierta etapa en la vida de unos seres que descubren gracias a la literatura una personalidad -aunque no una gran artista- fascinante del pasado cuyo conocimiento marcará para siempre su maduración vital. Como en otros textos de Prada, literatura y vida son indisociables; la ósmosis entre ambas, su influjo mutuo, determina un modo especial de ser y una actitud específica frente a la práctica de la escritura. Prueba de esa ficcionalización, de esa reducción de todo al ámbito de la creación literaria, es el hecho de que las grabaciones magnetofónicas que recogen el relato de su vida hecha por la propia Ana María aparecen transcritas en versión del autor y sometidas a su estilo característico. (Cosa distinta son las transcripciones de lo ya publicado en libros o revistas, canonizadas por su fijación escrita). Y es también literario el tratamiento de los personajes, lastrado tal vez por alguna demasía en los perfiles caricaturescos de Joaquín Tabares -la caricatura brilla igualmente, más acerada, en el inventario de escritores que desfilan por la Feria del Libro (págs. 171-172)-, pero sobre todo con aciertos rotundos, como sucede en la escena de la larga presentación de Gimferrer, convertido en espléndido personaje novelesco.

Todo esto se logra merced a una prosa cuidadísima, con abundantes hallazgos expresivos que dan lugar a páginas ejemplares -véanse las magníficas muestras de noble retórica de las páginas 398-399- y cuyo único peligro es cierta tendencia a la sobreabundancia en la adjetivación. No han desaparecido de esta prosa ciertos restos de epítetos modernistas ("el azul monástico de su mirada", pág. 262) y está traspasada de acuñaciones literarias recordadas o integradas en el discurso, desde Garcilaso ("por no pararse a contemplar su estado", pág. 79) hasta Gerardo Diego ("manos ojivales", pág. 265). Y acaso en alguna rara ocasión el emparejamiento de sustantivo y adjetivo es erróneo o poco feliz: "mirada fondona" (pág. 70), "Un rostro de unánime belleza" (pág. 95), "el consternado sueldo" (pág. 218). En otro aspecto, hay algún descuido menor fácilmente corregible: "el dintel de su habitación" (pág. 47), "unos mea culpas necesarios" (pág. 123) o un uso dialectal de quedar (pág. 92). pero es preciso recalcar que los lunares son insignificantes en medio de tantas páginas de prosa infrecuente por su plasticidad y su inventiva. Prada se ha dejado arrastrar una vez más hacia una figura menor de la literatura (porque la literatura continúa siendo el objeto esencial de su obra), pero la ha elevado, gracias a un tratamiento literario eficacísimo, a una altura superior, hasta el punto de convertir al personaje en símbolo de una época, de una mentalidad y hasta de un determinado sector humano. Sólo es posible conducir semejante empeño a buen puerto cuando se dispone de los instrumentos necesarios para trascender la realidad y construir otra que se sostenga por sí misma. Esto es lo que hace el escritor auténtico y lo que al lector le permite entrever, muy de tarde en tarde, el poder de la literatura para crear mundos autónomos.