Novela

La mujer de agua

Carmen Rigalt

19 marzo, 2000 01:00

Planeta. Barcelona, 2000. 282 páginas, 2.400 pesetas

El tardío salto desde el periodismo a la novela lo dio Rigalt acotando un territorio de intenso intimismo que su segunda obra, La mujer de agua, acentúa más. Si en la primera, la narradora sospecha que el amor sea "una patología que nos erosiona abruptamente por dentro", en esta siguiente se hace hincapié en idéntica idea: cuenta la vida de una chica alimentada "por la enfermedad del amor".

La anécdota de La mujer de agua se desarrolla en un marco de cierta complejidad. Desde un tiempo reciente, se rememoran fechas que abarcan la anteguerra española y la guerra mundial. Los sucesos empiezan en Cataluña y terminan en Xulán, una imaginaria ciudad centroamericana. La clase acomodada de la protagonista y la extrema miseria del país americano conviven. Los problemas personales se emplazan en un concreto ambiente de opresión y violencia. Todo ello, sin embargo, no resta una pizca de nitidez a una historia central en torno a la cual gira el resto de la materia, incluido un paisaje cargado de exotismo y magia en el que se recrea admirativamente la autora.

Esa columna vertebral consiste en la persecución de un ideal: a Márgara la abandona sin explicaciones su marido, Ramón; lo busca y lo encuentra en Xulán, y allí el hombre vuelve a abandonarla. Desde entonces, ella lo aguarda, se lame la herida, se da al llanto -de ahí el sobrenombre que sirve de título al libro-, se abisma en la depresión y culmina su dramática trayectoria cayendo en una enajenación completa. Dice el narrador que no había en ella "un ápice de locura", pero lo que vemos es otra cosa: es una decisión extrema que Rigalt cuenta en unas pocas páginas de hermoso y amargo patetismo; las mejores del libro no tanto por lo que haga la mujer como por la emoción que late en la sucinta y fría manera de referir una escena doméstica.

La mujer...se emplaza en un tiempo real y a la vez mítico; no es tanto una historia de hechos actuales como de motivos intemporales. Por ello se construye como un relato a partir de la memoria bañado en un tenue lirismo y escrito con una prosa que resalta su condición poemática mediante el uso de comparaciones. Ese clima estetizante, que estiliza una realidad no por ello menos cruda, resulta oportuno a una anécdota wertheriana a la cual se ha despojado de erotismo para presentar al desnudo la fuerza arrasadora del sentimiento.

Por ello, del tal Ramón no sabemos apenas nada y ni siquiera mucho del aspecto externo de la mujer. La mayor parte de la acción se desenvuelve en el terreno de la conciencia. El texto lo declara sin ambigöedades: "Amaba a Ramón sin desearlo". Semejante planteamiento no deja de sorprender en nuestros días, cuando el sexo explícito lo regalan como una propina en el cine, la televisión y la novela. Rigalt, en cambio, aborda su historia con una valerosa independencia de la moda. Tanto que la lleva a un cierto extremo en detrimento de la verdad interna del relato. Sobre todo porque, volcada a trazar los desgarrones de la pasión amorosa, tiende a una arriesgada abstracción de los caracteres. Una novela no tiene por qué explicarlo todo, pero sí aclarar datos básicos. Por ejemplo, el comportamiento de Ramón está dictado por la conveniencia del tema y no se dan de él razones satisfactorias, o suficientes. Rigalt se deja llevar demasiado por ese tipo fascinante de mujer entregada y se olvida un tanto de la verosimilitud anecdótica. Creo que es un exceso debido a una literaturización del tema. Ese sentimentalismo hiperbólico, no voluntario, se compensa, sin embargo, con la intensidad de la historia, la cual no acaba en el simple retrato de un alma doliente. Al revés, Márgara se transforma en un símbolo vivo de la soledad, de la incomunicación apenas compensada por algún alma sensible -para ello sirve la atractiva figura de una indica, Juana Boj, personaje delineado incluso con mayor vigor que la propia protagonista- y, en último término, de la angustiosa necesidad del otro. A partir de estos motivos, Rigalt presenta una fábula neorromántica y con un sentido existencialista de la vida muy trágico.