Image: La sombra del ángel

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Novela

La sombra del ángel

Marina Mayoral

29 marzo, 2000 02:00

Alfaguara. Madrid, 2000. 250 páginas, 2.300 pesetas

La autora continúa indagando en el universo femenino, explorando vidas cuya consistencia se asienta en sus debilidades

Como otras historias buscan cobijo para reafirmarse en el arranque de una cita literaria, también ésta lo hace en el universo de Cernuda, y encuentra en unos versos de Los placeres prohibidos -"... ignoraba que el deseo es una pregunta/ cuya respuesta no existe..."- el sitio donde reconocerse. Porque de placeres evanescentes, de asideros legítimos y perseguidos por el deseo, prohibidos por la realidad, está hecha la materia de la última novela de Marina Mayoral (1942). Materia que no desentona con sus últimas creaciones -Recóndita armonía y Dar la vida y el alma- ni en los flancos argumentales, pues continúa indagando en el universo femenino, explorando vidas cuya consistencia humana se asienta en sus propias debilidades, ni en la manera de explorar temas que afectan a la relación entre hombres y mujeres, ni en su asentado tono firme, fluido y envolvente.

Así, bajo la apariencia de una novela entretenida, de fácil lectura por lo acertado de los recursos en los que se ampara una inventiva sobre la que prima la función primera de la literatura, que no es otra que hablar de la vida con los recursos de la ficción, nos ofrece de ésta una aguda réplica. Esto es: una historia, cargada de realidad, que respira por muchas bocas. O lo que es lo mismo, sugerida en las versiones que de ella tiene el coro de personajes que la integran. Nadie hay, pues, que gobierne sus intervenciones. Sí hay, en cambio, un motivo que justifique la reunión de cinco amigos -hombres y mujeres-, durante una noche de septiembre (en Galicia, como en tantas ocasiones esta autora), que se repartan retazos de una conversación y se hagan cargo del sutil montaje de puntos de vista que la escritora gallega convierte en relato. La razón de este encuentro se debe a la incertidumbre provocada por la desaparición de Ena, "ex mujer de uno" y "ex novia de otro", esa mañana. Uno de ellos la ha visto nadar y subirse a un velero conducido por un desconocido. La preocupación es la causante de la tensión de la espera, la que propicia el tono confidencial con el que todos ellos avanzan, a lo largo de la noche, expresando anhelos y desenmascarando sus vidas.

La idea de pautar así lo que pudo haber sucedido, y el acertado manejo de los diversos tonos narrativos, caracterizadores de cada uno de los personajes, son lo más logrado de este libro. Aunque no su único mérito, pues partiendo de unos materiales que pudieran parecer poco prometedores -como es la reconstrucción de la historia de Ena, una mujer de 50 años, asentada en una vida burguesa y en una rutina sin horizontes hasta que una aventura esporádica, hace quince años, la animó a romper su matrimonio- los ennoblece al encerrarlos en un clima cuya intensidad verbal revela los elementos perturbadores de la realidad de unos y otras.

Pero hay algo decepcionante. No lo es la sutileza de convertir, a quien lea la historia, en cómplice del sentido de lo narrado. Así, mientras cada personaje expone su versión de los hechos, también a nosotros se nos invita a ir construyendo la nuestra, a especular sobre la realidad de ese "ángel" -así le llaman ellos- que desperezó la vida de Ena desde aquel fortuito encuentro, en definitiva, sobre las intenciones de la metáfora contenida en el título. Ese juego, siempre seductor y perfectamente conducido a través de la incertidumbre de la noche, lo estropea una de las voces del relato: la de Lucila Monterroso, "natural de Brétema y novelista". Ella enriquece la historia al salpicar su estructura con narraciones ficticias que recrean lo vivido y lo escuchado. Pero su afán de no dejar cabos sueltos es responsable de que el lector se sienta, sin previo aviso, expulsado de la trama.