Novela

La ignorancia

Milan Kundera

12 abril, 2000 02:00

Traducción de Beatriz de Moura. Tusquets. Barcelona, 2000. 199 páginas, 2.000 pesetas

Lo más admirable de La ignorancia reside en la contención con que el tema es desarrollado, pese a las poderosas implicaciones sentimentales que sin duda tenía para su autor

Esta cuidada traducción del original francés de Milan Kundera se presenta enfáticamente como la primera edición mundial de la novela, pero ello me parece menos importante para los lectores españoles que la aportación del castellano y del catalán al significado que su propio título encierra. La ignorancia trata en realidad del exilio, del tiempo y de la imposibilidad del retorno. De ahí la relevancia que el referente homérico tiene a lo largo de sus páginas, tanto para el narrador como para los protagonistas. Si, etimológicamente, "nostalgia" significa en términos griegos "el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar", el narrador de Milan Kundera repara en que el castellano "añoranza" procede del verbo catalán "enyorar", de modo que °la nostalgia se nos revela como el dolor de la ignorancia. Estás lejos, y no sé qué es de ti. Mi país queda lejos, y no sé qué ocurre en él" (pág. 12)

Milan Kundera aborda, por lo tanto, un tema de dolorosa pugnacidad para miles de personas, en Europa y fuera de ella, a lo largo del siglo XX, pero no oculta la perspectiva checa de su planteamiento. Checos son la pareja de los protagonistas, Irena y Josef, que debieron abandonar su país tras la "primavera de Praga" y que regresan veinte años después como Ulises lo hiciera. "¿Pertenece aún a nuestra época la epopeya del regreso?", se pregunta el narrador en la página 59, y la respuesta implícita que su relato nos da es negativa. Tan desoladora resulta la experiencia para Trena y Josef que ambos coinciden, cuando su decepcionante encuentro en un hotel de Praga con el que Trena intentaba consumar un idilio insinuado en plena juventud antes del exilio, en que nada les retiene ya en su patria. No aparece lo que buscaban en él, ni se realiza ninguno de sus "sueños de la emigración". Incluso la propia lengua checa tiene a sus oídos acentos desconcertantes, salvo cuando Irena utiliza términos obscenos en la cama con Josef.

Lo más admirable de La ignorancia reside en la contención con que el tema es desarrollado, pese a las poderosas implicaciones sentimentales que sin duda tenía para su autor. Sólo en contadas ocasiones esa ecuanimidad se altera, por caso cuando se define el patriotismo checo como "una inmensa compasión por su país" (pág. 145). Y para ello el escritor utiliza magistralmente una técnica de distanciamiento casi brechtiano, pese a aparecer representado en el texto a través de la primera persona. En La ignorancia no faltan páginas de fuerte impronta lírica, pero lo que predomina es un tono entre ensayístico y propiamente narrativo, que en el capítulo 21, casi mediada ya la novela, adquiere matices casi diríamos que forenses, como si el narrador examinase la conducta de los dos exiliados de regreso en Bohemia para concluir con un diagnóstico que explicará su definitivo alejamiento de la tierra natal. Su enfermedad viene a ser, así, "la insuficiencia de añoranza", doblada en "una deformación masoquista de la memoria" por la que, al retornar, se recuerda más lo amargo del tiempo pasado que los momentos felices, definitivamente perdidos.

Añádanse, como otros efectos de ese extrañamiento, las digresiones filológicas e históricas que el narrador nos hace. Algo hay también de ello en la estructura de la trama, con esas dos líneas paralelas aportadas por Trena y Josef que convergen para ilustrarnos por doble partida acerca de la imposibilidad del retorno, y es mucho también lo que a la impasibilidad y el distanciamiento de esta novela aporta el estilo sentencioso que la caracteriza desde su mismo título, tan sustantivo y conceptual como el otros libros previos del autor, y pienso sobre todo en La inmortalidad, La lentitud y La identidad. Por su parte, La ignorancia está empedrada de concisas reflexiones que, al hilo de la acción, el narrador nos hace acerca de sus temas centrales, y singularmente acerca del tiempo. Casi todo es visto aquí en función del tiempo: la vida, la patria, el exilio, el amor. No falta, sin embargo, algo tan concreto e inevitable como la política y la ideología, y de nuevo aquí esa estructura como de clepsidra -por recurrir al símil tan caro a E. M. Foster- que La ignorancia ostenta pone a los dos protagonistas ante la misma experiencia de encontrarse en Praga con sendos amigos comunistas, a los que Kundera presenta en clave humana como nuevos derrotados de la Historia.

Tengo para mí que el novelista checo ha recurrido, sin embargo, a un artificio más para salvar el difícil escollo del distanciamiento hacia una historia y unas experiencias que pertenecen dolorosamente a su propia biografía. Se me figura, a este respecto, que hay mucho en La ignorancia de ese juego que en la tradición psicoanalista que va de Freud a Lacan, y sobre todo en su empleo por parte de la crítica literaria, se ha dado por conocer como el doppelgiánhger, ese doble que en el espejo del texto disfraza y a la vez refleja al autor.

Independientemente de esa identificación espontánea del narrador con el escritor, que es aquí tan plausible como en cualquier otra novela, las cuentas de Kundera con su propio pasado afloran sobre todo en la línea trazada por el diario adolescente que Josef recupera al regresar a Praga.