Novela

LA MUERTE DE TADZIO

LUIS G. MARTÍN

10 mayo, 2000 02:00

Alfaguara. Madrid, 2000. 284 páginas, 2.300 pesetas

El resultado de esta visión reductora es una novela limitada, en la que ciertas consideraciones estéticas parecen más postizas que surgidas espontáneamente de la naturaleza del personaje

En la mayoría de los relatos breves contenidos en el volumen Los oscuros (1990), así como en su primera novela, La dulce ira (1995), era ya palmario el gusto de Luis G. Martín (Madrid, 1962) por los personajes excepcionales, agitados por oscuras pasiones y de acentuada singularidad. La muerte de Tadzio confirma aquella tendencia tratando de desarrollar un tipo ya conocido cuya excepcionalidad, sin embargo, le ha sido conferida por el espléndido relato literario en que cobró vida. Tadzio es, en efecto, el adolescente polaco cuya belleza fascinaba a Gustav Aschenbach en La muerte en Venecia, la extraordinaria novela corta de Thomas Mann publicada en 1913 y llevada al cine, con el mismo título, por Luchino Visconti en 1970. La narración de Mann -y, a su zaga, también la adaptación cinematográfica-concluía con la portentosa escena en que Aschenbach muere en la playa mientras contempla a Tadzio, que camina lentamente por una estrecha lengua de tierra que se interna en el mar. En la novela de Luis G. Martín, el relato está puesto en boca de un Tadzio anciano, decrépito y a punto de morir -también a consecuencia de la peste, como Aschenbach-, y se organiza como una larga y minuciosa carta dirigida a un tenor, Fornari, en la que Tadzio desvela las más hondas intimidades de su existencia para justificar la petición que se ha propuesto hacer a Fornari.

El Tadzio adolescente es aquí, pues, una referencia, un punto de partida, porque lo que cuenta es el desenvolvimiento del personaje, su biografía externa y su evolución espiritual después de la muerte del subyugado Aschenbach. Hay que decir, además, que tan operante es en La muerte de Tadzio la base literaria inicial -la novela de Mann- como su versión fílmica, y que es preciso tener en cuenta ambos precedentes para entender el sesgo que Luis G. Martín ha dado al personaje. En los dos casos, el punto de vista de la narración -dejemos aparte la modalidad de la omnisciencia autorial utilizada por Mannes el de Aschenbach; de él parten siempre las miradas, las acciones, las impresiones. En cambio, Tadzio es una presencia casi siempre distante, objeto de atención visual -ni siquiera se oyen sus palabras-, como recalcan muchas escenas, y de modo especial la última. La muerte de Tadzio, por el contrario, está narrada por el propio personaje, de modo que no sólo se ha seleccionado de su historia posible una franja de vida distinta, sino un procedimiento narrativo opuesto al de las obras precedentes: el relato homodiegético, la expresión máxima de la subjetividad. A pesar de todo, y para decepción de quienes creen que la técnica lo es todo, en ningún momento alcanza La muerte de Tadzio la compleja profundidad de la novela alemana. Ni siquiera lo que podría parecer más afín a la narración en primera persona, como la expresión de estados de ánimo y de percepciones sensoriales, logra en estas páginas la sutileza que advertimos en La muerte en Venecia. Y no porque Luis G. Martín no sea un buen escritor. Lo es, a pesar de que no siempre sus elecciones léxicas son las más adecuadas: romance "idilio" (pág. 55), divertimento (pp. 79, 209), apercibirse "darse cuenta" (pp. 102, 167), disturbar (pág. 133), pesquisar (pág. 141), fatigante (pág. 214). Y lo es aunque su prosa se resuelva a veces en meandros sinuosos: "Creer que todo ha de repetirse y que los actos de la voluntad son siempre una ilusión porque lo que finalmente hacemos es aquello que debe ser hecho para que se cumpla lo predestinado hará desfallecer al hombre joven, porque sabiendo que su tenacidad no es en verdad tal, sino fuerza del destino, dejará de actuar y esperará a que ocurra aquello que ha sido dispuesto" (pág. 175). La insuficiencia de La muerte de Tadzio con respecto a su precedente literario se deriva de la trivialización del asunto, iniciada ya en la versión de Visconti y llevada aquí hasta extremos que pulverizan el profundo idealismo estético que rezumaba la obra de Mann. Dicho de otro modo: el deslumbramiento ante la belleza -de una belleza, por así decir, asexuada, o percibida al margen del sexo que experimenta Aschenbach tenía en la adaptación de Visconti una hechura abiertamente homosexual, y en La muerte de Tadzio se acentúe al construir la vida posterior del adolescente como un itinerario repleto de relaciones homoeróticas, de modo que el paralelismo entre el Tadzio viejo y el anciano Aschenbacles sólo aparente, porque la imprevista fascinación senil que, como una novedad tardía en su existencia, experimenta el personaje de Mann, sería impensable en este Tadzio moderno, cuya ejecutoria es, en este sentido, amplia y dilatada. A esto me refiero cuando hablo de la trivialización de la historia, que supone, además, una reducción correlativa de las dimensiones que, como personaje, ofrecía Aschenbach.

El resultado de esta visión reductora es una novela limitada, en la que ciertas consideraciones estéticas parecen más postizas que surgidas espontáneamente de la naturaleza del personaje, cuya condición de músico tiene muy poco que ver con sus acciones y con su percepción del mundo, al contrario de lo que sucedía con la índole intelectual de Aschenbach, suficiente por sí sola para explicar desde los pensamientos del personaje hasta su percepción del paisaje veneciano. Partir de un personaje ya creado para desarrollarlo tiene sus riesgos. Sin duda Luis G. Martín se percataba de ello y, a pesar de todo, decidió arrostrarlos. Lo ha hecho con habilidad, valiéndose de una escritura firme, de indudable madurez expresiva. Es cierto que no ha querido escribir una nueva versión de La muerte en Venecia -lo que habría sido descabellado-, pero el mantenimiento de los nexos con aquella obra y el empeño en establecer una serie de paralelismos y contraposiciones hacen inevitable el cotejo y no benefician al relato de este prometedor escritor, cuya capacidad para desarrollar historias se ha visto en este caso un tanto menoscabada por el pie forzado escogido como arranque para componer La muerte de Tadzio.