Novela

Los melómanos

Alvaro del Amo

17 mayo, 2000 02:00

Debate. Madrid, 2000. 216 páginas, 2.100 pesetas

Desde la extrañeza y el desconcierto provocados por su primera novela a la admiración que han ido desatando otras historias (como Contagio, En casa, El horror) reveladoras de una exigente conciencia creadora, además de sus ensayos y otros trabajos ligados a la creación (ensayística, crítica, teatral, cinematográfica...), van veinte años. Los que separan Mutis (1980) de esta última, Los melómanos. Tiempo sobradamente justificado para avalar la inteligente postura de un autor original y versátil que siempre sorprende.

Ese principio de calidad unido a su sostenida posición de autor independiente le alejan, sin duda, del gran público aunque a cambio le garantizan la confianza de una inmensa minoría siempre atenta a un trabajo que nunca defrauda. A pesar de que se adviertan fisuras en sus tramas o de que la solidez de sus argumentos resida más en la génesis y el desarrollo que en las resoluciones. Pero basta con advertir la singularidad de sus títulos, con reparar en la interesante gama de sus temas para concluir que las suyas son obras pensadas y medidas en lo que dicen, omiten y desvelan, y seguirán siendo una irresistible coartada para avezados lectores.

Buena muestra de estos acordes reúne Los melómanos, un despliegue novelístico nutrido en una de las pasiones recurrentes de este autor; no la música a secas, sino su particular concepción de lo que sugiere la representación orquestal de la vida, los actos y entreactos de su confusión y complejidad, sus desajustes, sus tragedias íntimas, sus movimientos improvisados y el consecuente despliegue de casualidades regidas por la siempre enigmática fuerza del destino. Así, con la atrevida estructura de un libreto de ópera verdiana, sobre la idea de un múltiple y cambiante montaje escénico en el que los protagonistas tipifican las ideas encarnadas por los grandes personajes de Verdi, mientras los coros actúan de contrapunto para subrayar la expresividad de sus actuaciones, se desarrolla la trama. Ambiciosa, a todas luces, pues atiende a demasiados frentes y despierta expectativas que no logra satisfacer por completo, pero sin ser el conjunto extraordinario, y sin responder a lo mejor de su creación, está llena de fragmentos, de momentos, geniales.

Dos son los personajes conductores de la acción: Luis Danvila, un funcionario de vida independiente, rutinaria y satisfecha, repartida entre los flancos afectivos que le prodigan su grupo de amigos, el varadero de una relación sentimental por la que no acaba de tomar partido y la obediencia puntual de acudir cada año a la temporada operística de Berlín. Y un sujeto curioso y estrafalario, Roa, también "melómano", habitual colaborador de un periódico que le excluyó de sus páginas y le obligó "a salir de España por una crítica desafortunada a una obra famosa de un autor vivo". Ellos encarnan no sólo dos perspectivas narrativas que, en primera y segunda persona, intentan explicarse y a la vez nos explican sus pasos; también plantean dos formas de conocimiento, de entender y representar la vida. Su encuentro en la ciudad alemana supone, para ambos, el descubrimiento de nuevos axiomas que incorporan al personaje que uno y otro representan.

Dos son, también, los escenarios que ocupan el primer plano; Madrid y Berlín. La ciudad desde la que el coro de amigos informa y dialoga sobre el inesperado retraso de Danvila y la que asiste a los impulsos que cambian el significado de su repetido programa turístico; uno de ellos, Roa, resumen del ímpetu y el arrojo de los héroes verdianos, autor de un ensayo sobre Verdi cuya razón de ser da entrada a un tercer escenario (Milán) y, con él, a un tercer plano narrativo que otorga profundidad al sentido de la historia pero le resta credibilidad y quiebra la armonía lograda con ese dúo. ése es su mayor desacierto. Lo que no impide disfrutar de un despliegue escénico y verbal dignos de admiración y reconocimiento.