Novela

El abrazo del agua

Jaime Campmany

31 mayo, 2000 02:00

Plaza & Janés. Barcelona, 2000. 254 páginas, 2.900 pesetas

Irreprochablemente escrita, la novela remata y depura una historia que ha ido creciendo en interés e intensidad a lo largo de su desarrollo

Con la regularidad propia de los ciclos naturales, Jaime Campmany (Murcia, 1925) ha hecho brotar en tres primaveras sucesivas los volúmenes que componen la trilogía narrativa que ahora se cierra con El abrazo del agua. Ya en la obra anterior, La mitad de una mariposa, se advertía cómo algunos de los personajes delineados en la primera novela alcanzaban mayor desarrollo, ocupando decididamente el primer término del escenario, mientras que otros perdían relieve o desaparecían. Ahora, la técnica compositiva obedece al mismo principio. Muerto Giorgio Notti y asesinado su amante Daniel Cordonnier, las figuras de la viuda, Totoya, y de su hermano Giacomo pierden relieve -por haberse deshecho el triángulo en que habían convertido su existencia- en beneficio de Marzia, la eficacísima secretaria que posee todos los secretos del enigma, y de un nuevo personaje, el corpulento comisario Battut, llamado el Oso, encargado de investigar el crimen. En realidad, El abrazo del agua relata el enfrentamiento dialéctico entre Marzia y Battut. Las historias de familia de las novelas anteriores pierden ahora peso específico y dejan paso a una indagación policial que se sostiene sobre dos pilares -las fuertes personalidades de Marzia y el comisario- y que, paralelamente, se estructura en una organización binaria de las acciones: por una parte hallamos ese antagonismo personal, que da lugar a escenas sobresalientes; por otro, el lector asiste alternativamente a los actos de Marzia y a los pasos que va dando el policía en su investigación; dos caminos paralelos que tienden irremediablemente a la convergencia. No se trata, en rigor, de una historia de misterio a la manera tradicional, puesto que el lector posee ya las claves fundamentales. El interés se centra en la misma pesquisa, y la incertidumbre se produce porque el lector ignora si el comisario dará con la verdad, sorteando las falsas pistas con que tropieza, y si, en tal caso, dispondrá de las pruebas necesarias para plantear la acusación.

Todo esto confiere a los dos personajes un interés que va más allá de sus acciones y recae en los aspectos psicológicos que su conducta va dejando entrever. En ningún momento se deja arrastrar el autor por el cómodo arquetipo lineal, fijo, consabido, del policía y el sospechoso. Ambos son personajes complejos, creíbles, de variadísimas facetas. Tienen un pasado, unos gustos, ciertas obsesiones, elementos que los singularizan y les dan una fisonomía peculiar. El retrato de Marzia completa los perfiles nítidamente dibujados que tenía ya en La mitad de la mariposa, y sólo el comisario es capaz de adivinar -o más bien de intuir- algunos de los más ocultos resortes de su carácter, precisamente aquellos que motivaron su decisiva participación en los hechos investigados. Incluso en algún breve pasaje, como la cena con Anne, brotan informaciones reveladoras que añaden complejidad al personaje de Marzia, acaso el tipo femenino más literariamente atractivo de toda la trilogía.
Por lo que se refiere al inspector Battut, el autor se enfrentaba a un reto difícil: el de distanciarlo de los detectives novelescos más conocidos. Una pirueta humorística lo aleja de su compatriota Poirot, y su forma de vida, así como su relación con Alice, establece diferencias con respecto a Maigret, a quien podría recordar en algún detalle, sobre todo al comienzo de la novela. Con toda su brillantez deductiva, Battut es un ser humano, al que, en último término, no le preocupa tanto encontrar al culpable de un crimen como entender las razones que movieron al autor del hecho. La inda- gación, independientemente de su éxito o fracaso, es una forma de conocimiento. Esto convierte al comisario en un policía muy particular, capaz de admirar la inteligencia del adversario y de reconocer con nobleza una derrota. Campmany ha puesto en la caracterización de Battut un innegable talento, sorteando los tópicos, prestando atención a gestos que acaban por trazar una figura densa y recordable.

En otros aspectos aventaja El abrazo del agua a las dos novelas precedentes. En primer lugar, en la eliminación de digresiones inoportunas, de comentarios marginales que pudieran frenar la acción; en la búsqueda, en suma, de lo que podría entenderse como depuración expresiva -referida, claro está, a la expresividad narrativa, a la eficacia del modo de relatar-, a también en el rechazo de algunos componentes de fácil truculencia que en algún pasaje asomaban en las obras anteriores. Y existe en estas páginas -quizá porque con ellas concluye la historia de los Notti- una nota melancólica, de la mirada que asiste a la desaparición de un mundo, de una carrera de entender la vida, de todo lo que representa la figura del patricarca que ha mantenido durante años la estrecha unión del grupo familiar. La escena final, con la inseperada visita de Marzia y su descubrimiento de los hechos, simboliza muy bien el final de una época. El hecho de que la empresa continúe guiada por las riendas del heredero no atenúa la sensación de que se encamina también, como los fundadores y los miembros más jóvenes de la familia, hacia su ineluctable extinción.

El abrazo del agua es una excelente novela, irreprochablemente escrita, que remata y depura una historia que ha ido creciendo en inten- sidad a lo largo de su desarrollo.