Image: La fuga del mar

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Novela

La fuga del mar

Isaac Montero

21 junio, 2000 02:00

Taller de Mario Muchnik. Madrid, 2000. 219 páginas, 2.100 pesetas

En La fuga del mar, la actitud crítica de Montero acerca de los nacionalismos se presenta sin reservas y, en este sentido, puede hablarse de una obra de alcance ideológico, comprometida y valiente

En un vistazo global, la ya amplia obra novelesca de Isaac Montero tiene como dos querencias. Una va hacia relatos más o menos corales de notable extensión mediante los que aborda hasta el fondo y con parsimonia momentos clave de la historia española reciente, según hace en Pájaro en una tormenta (1984) o Ladrón de lunas (1998). Otra se inclina por narraciones menos largas (no llegan a las 300 páginas) que tratan en un ámbito más reducido rasgos sintomáticos de la peculiar moral de postguerra. Así se fraguó su tetralogía Documentos secretos (1971-78), en torno a diferentes aberraciones causadas por la dictadura.
La inacabada serie de Documentos está dando paso a otra que emparenta con ella y de la que forman parte dos títulos próximos -Estados de ánimo (1994) y El sueño de Móstoles (1995)- más el recién aparecido La fuga del mar. Parecen narraciones sueltas, pues ningún elemento anecdótico las vincula, pero confluyen en una mirada sobre comportamientos humanos representativos de la vida española de ahora. En los preliminares de esta nueva novela, ella y las dos últimas citadas se engloban bajo una etiqueta común, Estampas de interior. Tendría que haberse destacado más un dato como éste, presentado sin énfasis, porque en él se halla la razón de qué pretende Montero al elegir como asunto el activismo de ETA.

Ver en La fuga del mar una novela sobre el nacionalismo violento y sobre los nacionalismos independentistas es riguroso, pero insuficiente. La actitud crítica del autor acerca de estos fenómenos se presenta sin reservas y, en este sentido, puede hablarse de una obra de alcance ideológico, comprometida y valiente que se opone a las actuales tendencias secesionistas que ponen en peligro la unidad de una nación forjada por una convivencia de siglos. Subrayado esto, porque no debe quedar duda sobre la intencionalidad del escritor, la novela se explaya en un ámbito que contiene a éste, pero lo supera hasta alcanzar el valor de una indagación en profundidad en trastornos de las conductas que afligen a nuestra sociedad.

Esa problemática moral se centra en una familia durante unos días de vacaciones en la costa mediterránea. Una bomba que cuesta la vida a dos niños reactiva las dudas de conciencia del cabeza de familia, un empresario que tuvo que ceder a la presión de ETA y liquidar sus negocios en el País Vasco. Hubo en su comportamiento sombras que ahora despiertan el fantasma real de la culpa. Los familiares, mientras tanto, conspiran en esas jornadas estivales para arrebatar al padre el control de sus empresas. Por esta parte, pues, la novela se inclina hacia una vertiente sicologista que suma cuestiones diversas: miedo, egoísmo, desamor, afectos, trampas emocionales, lealtades...

Todos estos motivos no aparecen como puros asuntos intemporales, sino en el concreto contexto de unas vidas condicionadas por un presente conflictivo. El ámbito de la novela está muy ceñido a una familia -y a unas cuantas variantes de comportamiento dentro de ella-, pero no es un relato ensimismado porque pretende una dimensión colectiva y se convierte, más allá de su peripecia y conflictos particulares, en análisis interpretativo de unas actitudes. De esta manera, sicología, moral e historia se trenzan en un hilo firme que sirve a un retrato de cierta patología contemporánea.

Esta lectura de La fuga del mar en el contexto de un planteamiento general que supera su contenido específico resulta imprescindible para valorarla. Más allá de una denuncia de ETA, es una novela sobre ciertos condicionantes de la moral española finisecular. En buena medida, consiste en una crónica de actualidad que se inserta en una especie de episodios nacionales de emplazamiento presente y no pasado. No posee, sin embargo, la densidad y altura de otras obras de Montero. La propia forma resulta más convencional que lo que suele preferir este destacado novelista, algo que acentúa el no afortunado uso del imperfecto de subjuntivo por el narrador.

Pero La fuga del mar tiene su justo valor como jalón de un importante proyecto de mayor amplitud: rastrear con mirada intrahistórica, en sentido unamuniano, las "estampas de interior" que desvelan las anomalías éticas de la sociedad actual.