Image: El humanismo de Quevedo

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Novela

El humanismo de Quevedo

Victoriano Roncero López

19 julio, 2000 02:00

Quevedo por Julián Grau Santos

EUNSA. Pamplona, 2000. 180 páginas, 1.425 pesetas

Quevedo fue un hombre y un escritor coherente. Roncero ha elegido para comprobarlo un método difícil, pero eficaz. El resultado es un libro sólido y moderno, que abre importantes perspectivas.

La extensa obra de Quevedo, lo mismo que su personalidad, ofrece tantas facetas que algún crítico ha propuesto parcelar la materia y estudiar cada sector, como si hubiera muchos Quevedos. Tal vez el mérito principal del libro que reseñamos radique en la demostración de lo equivocado de ese planteamiento. Quevedo fue un hombre y un escritor coherente. Victoriano Roncero ha elegido para probarlo un método difícil, pero eficaz: partiendo de dos obras, no muy extensas, pero sí representativas del pensamiento de D. Francisco -La España defendida y Grandes anales de quince días-, bosqueja ante el estudioso un retrato documentado de su perfil intelectual, cuyas líneas de irradiación explican otros rasgos no estudiados expresamente en la monografía. El resultado es un libro sólido y moderno, que abre importantes perspectivas.

El investigador trata de estudiar a Quevedo en dos de sus vertientes fundamentales: como filólogo y como historiador. Para hacerlo, engloba a Quevedo en la corriente historiográfica de los humanistas europeos de su tiempo, que conocían a Polibio, Salustio, Tito Livio, Tácito y los renacentistas franceses e italianos, aceptando la idea de Leonardo Bruni de que la historia, vista desde perspectivas científicas, debía figurar a la cabeza de los studia humanitatis, y la de Justo Lipsio que la consideraba "su actividad suprema". De esa manera, la historia que escribe D. Francisco se presenta como producto depurado de una teoría moderna, obra de erudición que enseña tanto hechos como ética, reacciones como motivaciones.

El profesor Roncero presenta La España defendida como un texto fundamental. Enmarcándola en el humanismo de la época, destaca la lógica de su pensamiento, que defiende a Olivares hasta que éste, en 1633, propugna la vuelta de los judíos a España por motivos económicos. Estaríamos, pues -y éste es punto que me parece discutible- ante un caso de antisemitismo religioso, nunca malintencionado. En el curso de su obra, D. Francisco habría querido hacer sobre todo una defensa de nuestra historia contra las calumnias de los extranjeros. Con objetividad elogiable, rechaza las leyendas de los reyes antiguos que divulgó Annio de Viterbo, pero defiende contra Baronio la venida de Santiago a España. Basando su saber en los libros, Quevedo hace un uso crítico de sus fuentes, lo que le lleva a polemizar con Scaligero sobre figuras "hispanas" mal valoradas por éste (Quintiliano, Lucano, Séneca...).

En cuanto a los Grandes anales de quince días, se trata de un documento clave para entender acontecimientos importantes de hacia 1621-1623. Su trascendencia está en la idea de Tucídides de que, siendo la naturaleza humana básicamente inmutable, los hechos presentes nos permiten conocer en profundidad el pasado. Así, en estas breves se pasa revista a las luchas por el poder entre Uceda/Zúñiga y Olivares, el juicio contra Osuna, la muerte en el cadalso de D. Rodrigo Calderón, los decretos del partido triunfante, el asesinato de Villamediana, etc. Acontecimientos no trascendentales a nivel cósmico, pero decisivos en la historia patria de la época, y explicativos de una línea que había empezado años atrás. Lo único que se descarta es lo bélico, ya tratado en Mundo caduco y desengaños de la edad.

Todos los rasgos de la historiografía humanista están presentes en las páginas de Quevedo: didactismo, imparcialidad (aparente), neoestoicismo, análisis personales... El vehículo es una prosa de egregio barroquismo, buida de léxico, preñada de "conceptos", dramática en sus efectismos. Quevedo quiere aparecer como testigo imparcial de lo que relata -pero, ¡cuánto no hay aquí de adulación a los poderosos de ahora, cuánta ansia de salir del destierro de la Torre de Juan Abad!-. Fiel a sus demonios familiares, ha de expresar todo eso, pero con el aborrascamiento incontenible de su prosa. Por eso, para decir que da testimonio fiel de lo que él mismo ha presenciado, y no de lo que ha conocido indirectamente de boca de otros, acuña esta genial expresión, que lo retrata por entero: "yo escribo lo que vi, y doy a leer mis ojos, no mis oídos".

LA HISTORIA SEGÚN EL RENACIMIENTO

Para conocer la visión renacentista de la historia, recomiendo el ponderado estudio de Peter Burke, El sentido renacentista del pasado (Nueva York, 1969; en inglés). Son reveladoras las noticias personalizadas de J. Caminero, Quevedo. Víctima o verdugo (Kassel, 1984). Para aspectos historiográfio-ideológicos de D. Francisco, J. Iffland (ed.), Quevedo en perspectiva (Newark, 1982; en inglés). Muy atinado en sus planteamientos sigue siendo El pensamiento político de Francisco de Quevedo de W. Ghia (Pisa, 1994; en italiano). Léase, en fin, como marco general, José Antonio Maravall, La cultura del Barroco (Barcelona, 1980).