Image: Bombones de licor

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Novela

Bombones de licor

Ángela Labordeta

11 octubre, 2000 02:00

Espasa. Madrid, 2000. 227 páginas. 2.300 pesetas

Bombones de licor es un buen relato, más afinado, más intenso y más hondo que los anteriores de ángela Labordeta

Con esta tercera novela, a la que preceden los títulos Así terminan los cuentos de hadas (1995) y Rapitán (1997), ángela Labordeta (Teruel, 1967) no sólo da un salto cualitativo en su actividad narrativa sino que además se reafirma en una idea esencial para todo aquel que desee abrirse camino en este "viaje sin objeto" -que diría Sánchez Ostiz recreando a Baroja- que es la literatura. Y es que su objetivo no -sólo- está alentado por el afán de tratar con argumentos innovadores sino por la conquista de un tono personal, intimista y poético sobre el que crece como escritora y con el que hace crecer el poder cautivador y envolvente de sus historias. Así lo demuestra con este nuevo libro, alimentado, como en anteriores ocasiones, sobre un universo que rasca en la memoria de su entorno, en vivencias e impresiones con las que logra componer un microuniverso de realidades interiores sin soslayar la realidad exterior a la que pertenecen.

El salto está en la complejidad del enfoque escogido para marcar el movimiento de esta historia retrospectiva, por la que nos orienta y dirige la voz de una narradora que ha organizado en series temporales, en fragmentos de escenas, conversaciones y recuerdos recortados, todo lo vivido y escuchado durante su infancia en casa de "la abuela Rosa". Está, también, en la pulcritud con que atraviesa los matices de una mirada infantil, receptiva a la oscura y misteriosa lógica de esa realidad tan exigua que impera sobre un orden familiar gobernado por mujeres. Y está en la recreación de una atmósfera encogida y espesa, de tonos apagados y olores rancios, donde todos los que la habitan parecen protegerse unos de otros, exiliados del presente, atados a un pasado que les ha amputado el futuro y les suspende en un paréntesis de renuncia a todo, de ninguna espera. De esos recursos, en los que se advierte fortalecido el estilo de esta autora, sale un buen relato, más afinado, más intenso y más hondo que los anteriores.

Sus páginas contienen mucho más de lo que puede abarcar la primera memoria de Sara, una niña de nueve años a finales de los 70. Porque sus recuerdos, aunque cortos, componen con coherencia y sensibilidad la trama de su despertar a la vida y al mundo que le rodea. Y ese mundo, que transcurre, como el de su hermana, entre el colegio y las tardes en el caserón familiar de "El Buen Pastor", en el barrio zaragozano de "San Cayetano", que se alimenta de las voces de los adultos que habitan la casa, que se nutre de briznas de conversaciones breves y secretas con Tomás, el cocinero, y con la tía Rafaela, de la presencia fantasmal de dos tíos que deambulan por sus habitaciones, de las palabras devastadoras de la abuela, que sólo parece hallar consuelo en saborear "bombones de licor", de lo que sonsacan a una criada con un ojo de cristal..., y que va dando cuerpo a historias que casan en la oscuridad de la carbonera, el cuarto de la plancha y la despensa, abarca no sólo la historia de la familia, sino la de un tiempo que se remonta a los años 20 y pasa por la guerra civil, por las brumas del franquismo y los solares de la posguerra.

De los efectos de ese tiempo "maldito" sobre una familia que ha convertido su pasado en rencores imposibles de cancelar, que vive atrincherada en la decadencia representada por ese caserón lleno de escombros que son los motivos secretos por los que la vida cesó para todos en algún momento, de culpas que nunca ajustaron cuentas, trata, también, el relato de Sara. Sobre todo de ese pasado con el que ni el cierzo ha podido todavía, trazado desde la perspectiva de una niña que descubre en él la oscura lógica del misterio que rodea su tiempo.