Image: Regaliz de palo

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Novela

Regaliz de palo

Javier Gúrpide

22 noviembre, 2000 01:00

Ediciones B. Barcelona, 2000. 262 páginas, 2.200 pesetas

El argumento intenta sondear olvidos y miedos. Si peca de algo es de ofrecer demasiados flancos de interés. Pero es difícil que el tema no atrape

Entre acciones tan alejadas de los manejos literarios como la Economía, la Ingeniería industrial y un activa intervención en consejos y asociaciones empresariales, discurre la nutrida biografía de este autor navarro que, de cuando en cuando, se deja caer por la creación con libros de poemas -La longitud del viento o El río de mis lunas, son algunos de sus títulos más relevantes- y con propuestas novelescas como la ofrecida en Las agujas del templo (1994), que precede a esta segunda incursión en el género. Inducido por una no oculta pasión por la ficción, por un manifiesto talante de observador de los comportamientos humanos, por su experiencia de lector que ha aprendido de los clásicos de nuestra literatura las licencias y estrategias de una narración de corte y contenido realista, compadece de nuevo con un argumento arriesgado y de calculadas ambiciones.

Se trata de una historia que aborda dolencias afectivas, pérdidas esenciales, miedos difíciles de extirpar, adversidades humanas, en suma, que, en esta ocasión, escogen la genérica fórmula del thriller psicológico para suministrar un móvil ajustado a la trama de acciones encadenadas sobre la que el autor administra una intensa dosis de intriga, sorpresas y suspense. A ella se subordina un abundante menú de referencias librescas y cinematográficas que le sirven con acierto y hacen de ella un sugestivo y complejo retablo de interiores -porque ésta es una novela de primeros planos, aunque en ellos interfiere la ruina física y moral de la España rural y urbana en la primera mitad de este siglo que finaliza-, de situaciones cuyo desarrollo dramático conduce una voz omnisciente, sin identidad ni lugar dentro de la peripecia que, retrospectivamente, expone y explica.

Arranca ésta con su protagonista, Andrés Asenjo, en la madrugada de un sábado, haciéndose preguntas que no le llevan a ninguna parte, recordando cómo los acontecimientos de la última semana agitaron la quietud en la que vivía al ponerle "al borde de haber sido tantas cosas y ninguna". A sus veinticuatro años vive atenazado por el insomnio, la amnesia derivada de un "coma recóndito" y un cúmulo de zozobras que no le dejan salir del letargo en el que parece habitar desde mucho antes de abandonar su pueblo para venir a estudiar la carrera de medicina a Barcelona.

De esa especie de extravío le arranca de manera inesperada una joven a la que se confía y a quien confía su incapacidad para conciliar el sueño; ésta le anima a bucear en las razones que lo alimentan y le recomienda acudir a la consulta de un psiquiatra amigo suyo. Ellos, cada uno con su desvalimiento y los efectos de complicados y mal resueltos anhelos, sustentan el enredo psicológico sobre el que fluye la trama. Enredo que bebe de delirantes patologías, que va desenmascarando secretos y desbaratando mentiras y olvidos sólidamente construidos para blindar sus respectivas defensas. Enredo que, además de incluir las misteriosas habilidades de otros personajes que lo salpican de ocurrentes agudezas, se nutre de la sustancia analítica servida por Hitchcock en películas como Recuerda y Vértigo. Y es que esas dos palabras contienen la razón de un argumento que intenta sondear olvidos y miedos, y que si peca de algo es de ofrecer demasiados flancos de interés, de necesitar demasiadas intervenciones de un narrador pendiente hasta el extremo del despliegue de motivos que justifican cada dolencia. Pero es difícil que el tema no atrape, y lo es no reconocer que el autor se muestra hábil al conducirnos por la idea que arropa esta historia -Regaliz de palo- de dolencias de las que resulta difícil librarse; porque su origen es un compuesto de ingredientes mal digeridos durante la infancia.