Image: Noviembre de una capital

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Novela

Noviembre de una capital

Ismail Kadare

6 diciembre, 2000 01:00

Trad. de Ramón Sánchez Lizarralde. Metáfora. Madrid, 2000. 230 páginas, 2.800 pesetas

La indudable maestría literaria que se percibe en Noviembre de una capital justifica el éxito de Ismail Kadare, que narra en esta obra un episodio crucial de la historia albanesa

En esta novela se narra de pasada la historia verídica de un viajero asesinado por bandidos cuando regresaba a casa. Corrían los primeros años del siglo XIX y la conducta del desafortunado peregrino había sido en verdad poco prudente: caminaba con un pesado fardo, del que nunca se apartaba, a los hombros. Los ladrones comprobarían luego, burlados, cómo estaba lleno de pequeños pedazos de plomo. Era un lingöista e impresor que en el exilio había elaborado un alfabeto albanés con el propósito de introducirlo en su país, donde la escritura en aquella lengua estaba rigurosamente prohibida por los invasores otomanos.

Algo hay de asombroso y admirable a la vez en la fama ecuménica que el multifacético escritor albanés Ismaíl Kadaré se ha granjeado, si tenemos en cuenta las circunstancias particulares de su lengua minoritaria y de su patria, azotada secularmente por los vientos más rigurosos de la Historia. Nacido en 1936, ocho años después de que el presidente de la República albanesa se proclamase rey con el nombre de Zog I, su carrera literaria comenzó bajo la égida del comunista Enver Hoxha. Kadaré, antes de exiliarse en Francia en 1990, llegó a ser Presidente de la Unión de los Escritores y Artistas Albaneses, organización que hizo suyo el realismo socialista.

Otro exiliado, Milan Kundera, definió en cierta ocasión esta poética literaria como el sistemático elogio del partido y del gobierno en términos que hasta los miembros del partido y del gobierno eran capaces de entender. Sin embargo, de modo sorprendente, el realismo socialista albanés produjo unos resultados estéticos muy apreciables, y propició la aparición de un nutrido grupo de poetas, dramaturgos y novelistas de gran calidad entre los cuales el propio Kadare se lleva la palma.

Influyó en ello una crítica literaria implacable con los desfallecimientos estéticos aunque los principios ideológicos estuviesen a salvo en la obra objeto de su escrutinio.

Kadare es también un escritor "nacional", en el sentido de que dedicó gran parte de su obra a recrear los momentos decisivos en la trayectoria de Albania. Pero pese a todas estas circunstancias en principio desfavorables -lengua, aislamiento, condicionantes ideológicos, ambientación local- lo cierto es que la indudable maestría literaria que se percibe enseguida en Noviembre de una capital justifican el éxito de su autor. Ha influido en ello también una afortunada política de traducciones, a la que se viene a añadir ésta de Ramón Sánchez Lizarralde, realizada desde el albanés para una editorial novel y exigente.

Kadare noveliza un episodio crucial: la caída de Tirana tras la derrota de las tropas del III Reich por parte de los guerrilleros comunistas de Hoxha. La acción se centra en un episodio: la lucha por controlar la estación central de la radio y, luego, la detención de los técnicos y locutores para reanudar las emisiones, ahora ya al servicio del pueblo albanés.

Un espacio singular sirve de eje, el bulevar Mussolini en donde se produce una batalla de barricadas, guerrillas y blindados que Kadare describe magistralmente. No menor es el acierto con que estructura su relato: la primera parte, más épica, atiende sobre todo al grupo de jóvenes guerrilleros, donde los hay de muy diferentes procedencias e ideologías. Y en la segunda, con la victoria partisana, el protagonismo de los derrotados, monárquicos, nazis, colaboracionistas y, en general, burgueses, que asisten atónitos al derrumbe de su universo, e incluso, por boca de una vieja dama, formulan una maldición premonitoria: "Llegará un día en que, siguiendo nuestro ejemplo, a semejanza de nuestras figuras masacradas, ellos intentarán crear sus propios señores." (página 157). Porque de lo que no queda ni el más mínimo vestigio en esta novela es de los héroes positivos del viejo realismo socialista.

Todos los personajes aparecen tratados con similar objetividad desde la perspectiva de un narrador externo dotado, por otra parte, de grandes prerrogativas. Hay aquí un cierto escepticismo relativista que en la página final incluye la sustitución fulminante de los guerrilleros románticos por la Guardia del Pueblo, la policía del partido. Figura emblemática a este respecto es la del escritor Adrian Guma, que cuando los crímenes de los fascistas empiezan a dar paso a los fusilamientos revolucionarios prefiere ocuparse por sí mismo de su propia muerte.

Algo semejante significa el episodio más logrado de Noviembre de una capital. Entre sus dos partes perfectamente diferenciadas Kadaré incluye un capítulo de interludio en donde echa mano de una técnica mixta que recuerda la de John Dos Passos en su novela de Nueva York. Junto a la narración propiamente dicha aparecen fragmentos corales de las "damas de la fanfarria", las burguesas que huyen despavoridas, y una serie de "inscripciones murales", pintadas y pasquines que en aquellos días del noviembre rojo inundaban Tirana con delaciones, insultos, consignas y blasfemias. Un viejo lingöista apolítico, Emil Karabunara, tan refractario a los fascistas como al movimiento de liberación nacional, sale temerariamente a la calle para estudiar in situ aquellos impresionantes mensajes, y muere tiroteado no se sabe bien por qué facción, víctima de su amor a la lengua que también había venerado cien años atrás su colega y tipógrafo.