Image: Bellísimas personas

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Novela

Bellísimas personas

Andreu Martín

3 enero, 2001 01:00

Premio Ateneo de Sevilla. Algaida. Sevilla, 2000. 395 páginas. 2.900 pesetas

Estas páginas se elevan por encima del nivel perceptible en narraciones de este tipo. El juego con los diversos estratos temporales obedece a un designio literario que poco tiene que ver con la literatura de mero entretenimiento

En esta ocasión, el premio Ateneo de Sevilla no ha recaído precisamente en un autor desconocido o minoritario. Andreu Martín (Barcelona, 1949) tiene en su haber una nutrida producción de novelas, relatos breves y cuentos, todos ellos, además, pertenecientes a una modalidad temática de gran aceptación: la que, entre otras variantes, aparece clasificada como novela criminal o novela negra. Más que en la línea del relato de misterio tradicional, centrado en una intriga cuyo descubrimiento no se produce hasta las últimas páginas, los relatos de Andreu Martín se sitúan en la estela de Hammet y Chandler, e incluso en derivaciones como la "hard boiled novel" de autores como Mickey Spillane. En este terreno cuenta el autor con logros notables, como Prótesis, (1980) Si es no es (1983) o Jesús en los infiernos (1990).

No es, sin embargo, Andreu Martín un autor de obras de quiosco. Lo alejan de la literatura de consumo el cuidado en la caracterización psicológica de los personajes, el fuerte acento de crítica social que rezuman las historias y la complejidad del relato, donde a menudo se yuxtaponen perspectivas y voces diferentes o se desarrollan peripecias paralelas. Así ocurre en Bellísimas personas, que es a la vez la historia de unos crímenes contemplados desde ángulos diversos y la narración del desarrollo de la novela que Nuria Masclau está escribiendo veinte años después acerca de aquellos sucesos y que plantea incluso cuestiones teóricas a propósito de la inevitable ficcionalización que toda reconstrucción narrativa imprime a los hechos relatados. Algo semejante había tanteado el autor en obras anteriores, como La camisa del revés (1983), pero Bellísimas personas ofrece una densidad mucho mayor. En ciertos aspectos, la novela parece la desembocadura natural de ciertos motivos surgidos ya en obras previas del autor, e incluso lleva a mayor perfección algunos artificios narrativos que ahora reaparecen, justificados por el planteamiento de los hechos -esto es decisivo- y no como simples alardes de técnica constructiva.

Martín armoniza con gran habilidad las distintas informaciones que el lector recibe sobre los crímenes. Existe, por un lado, lo que podrían considerase datos objetivos, función asignada a las noticias de prensa y cartas de los lectores que se reproducen, hasta con un tipo de letra diferente y a dos columnas, así como los informes psiquiátricos o el fallo condenatorio del tribunal, también con su tipografía peculiar. En el lado de la máxima subjetividad se encuentran los fragmentos de la autobiografía escrita por el criminal para una revista, y en un estrato intermedio habría que situar la reconstrucción -¿cronística, novelesca?- que Nuria Masclau va componiendo, llena de conjeturas y apreciaciones personales y mezclada con vivencias propias, desde su condición de madre soltera hasta el agobio que soporta por la tensa relación que existe entre sus padres. Por otra parte, los móviles del secuestrador asesino -cuyo intento de pedir rescate según los modelos cinematográficos resulta grotesco- son de naturaleza social: el trabajo precario, la explotación, la angustia ante la falta de medios económicos, la aspiración a unas formas de vida estimuladas por la propaganda...

Como en casi todas las narraciones de Andreu Martín, la ciudad de Barcelona no es sólo el marco urbano de las acciones, sino auténtica representación de una sociedad mediocre y llena de lacras. Este aspecto, así como el retrato de la propia narradora, alcanzan mayor hondura que la historia criminal -aunque todo se halla fuertemente imbrincado-, y gracias a ello las páginas de Bellísimas personas se elevan por encima del nivel perceptible en narraciones de este tipo. El juego con los diversos estratos temporales de la historia, el vaivén entre pasado y presente y entre tiempo revivido -las crónicas y los documentos- y tiempo reconstruido o recreado -la novela en gestación- obedecen a un designio literario que poco tiene que ver con la literatura de mero entretenimiento y sin ambición estética alguna. Y ni siquiera faltan los guiños del lector (piénsese, por ejemplo, en el hecho de que dos policías se llamen Láinez y Reverte, como dos conocidos cultivadores del género). Un lenguaje directo, eficaz, atento a la variedad de los registros coloquiales, ayuda a podar cualquier exceso de grandilocuencia que la historia pudiera suscitar. Sólo algunos usos rechazables disuenan en una prosa por lo general correcta: "un pasillo a cuyos ambos lados" (pág. 212), "las personas con quien conviven" (pág. 261), "expresión [...] tan o más despavorida [...] que" (pág. 388), "hacer el aperitivo" (pág. 202, por "tomar"), o el uso reiterativo de "igual como" por "igual que" (págs. 163, 165, 266, etc.).