Image: La mujer ensimismada

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Novela

La mujer ensimismada

Menchu Gutiérrez

14 febrero, 2001 01:00

Siruela. Madrid, 2001. 90 páginas, 1.900 pesetas

Menchu Gutiérrez nos cuenta, entre imágenes relacionadas con la intimidad y el misterio, una historia que huye de definiciones porque se quiere ofrecer hermética y condensada

Tres novelas y un libro de poemas, diferentes, distanciados, escritos con pausa, con poso, hablaban, hasta la fecha, de una escritora exigente, de una escritura inusual, sugestiva, fundamentalmente poética. Ahora reaparece Menchu Gutiérrez (Madrid, 1957) con un cuarto libro -La mujer ensimismada-, fiel a los principios de un proyecto literario que se reafirma sólido, que aquí en algo recuerda a la M. Duras de Escribir. Quizá en que hace del proceso de la creación, de la soledad necesaria, de sus silencios y entredichos, de su forma, en suma, de concebir la amalgama de motivos que la alimentan, la cuestión fundamental que informa y conforma este nuevo relato.

Y lo hace desde una original perspectiva, sugiriendo una composición metafórica: un laberinto de plazas y jardines por los que se accede a doce casas, todas iguales, habitadas por mujeres, cada una ensimismada, volcada en su escena -en un taller de costura, en la cocina, frente a una chimenea; escribiendo, componiendo una melodía, dibujando sobre un lienzo-, cada una pensando, decidiendo, llenando el lugar en el que instala sus "sueños" o su "necesidad de soñar".

Por todas deambula, de todas entra y sale, la voz protagonista de esta peripecia íntima, el único vínculo de relación entre ellas. Voz, claro está, que no apuesta por un argumento al uso, sino por transmitir el torrente de estímulos que halla en su recorrido, que le empuja a expresarse y a ofrecer el borrador de "su" historia. Historia que redondea la arquitectura de un estilo elaborado sobre una preciosa y cuidada proporción de impresiones y descripciones hilvanadas con los efectos sinestésicos de "su" lenguaje.

Y esto es lo que leemos: un recorrido simbólico, si se quiere, por una secuencia temporal que abarca los doce meses del año. Pero sobre todo por espacios interiores, envolventes, que contienen y expresan a quienes los habitan; por los cambios de estación y de temperatura interior a los que se somete quien anda, "entre el sueño y la vigilia". Buscando -en el fondo buscándose- en esa dirección de múltiples sentidos, camino del encuentro con el escenario propio, la "casa" por habitar con la "forma" y la "voz" propias; entre el zigzag de imágenes y sensaciones que remiten a deseos, sabores, texturas, olores, percibidos como instantes fugaces, imposibles de retener. Si no es a través de una escritura que se abraza a todos los motivos de la creación para defender la necesidad de que se enreden entre ellos en una composición concebida como una "constelación" de escenas independientes, fragmentada y oscura.

Así nos lo cuenta, entre imágenes relacionadas con la intimidad y el misterio, en un relato que huye de definiciones porque se quiere ofrecer hermético, condensado, intenso.