Image: Sexo, surrealismo, Dalí y yo

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Novela

Sexo, surrealismo, Dalí y yo

Carlos Lozano y Clifford Thurlow

7 marzo, 2001 01:00

Traducción de Carlos Molinari. RBA. Barcelona, 2001. 303 páginas, 3.500 pesetas

Sin misterio -pero con más de lo que podría esperarse de este tipo de libros, a menudo superficiales- el título dice lo que el libro es. Dalí, el sexo y el surrealismo son la parte principal de estas memorias

Este libro -en verdad singular, a ratos estupendo- se abre con los funerales de Salvador Dalí, en 1989, a los que asiste (en un aire que suena a despedida y decadencia) su amigo Carlos Lozano; y termina en Cadaqués, con los funerales de Carlos Lozano, el año 2000, mientras sus cenizas son llevadas a la India para ser esparcidas en el Ganges. Sin misterio -pero con más de lo que podría esperarse de este tipo de libros, a menudo superficiales- el título dice lo que el libro exactamente es: Sexo, surrealismo, Dalí y yo. Podemos empezar al revés.

"Yo" es Carlos Lozano, un medio indio colombiano, nacido en Barranquilla en 1948, pero que desde los nueve años (al padre apenas lo conoció) marchó con su madre a los Estados Unidos, donde vivió en Nueva York, Los ángeles y San Francisco, en esta última ciudad ya mediando los años sesenta, cuando el pacifismo y el aura liberal y transgresora de los hippies lo llenaba todo de flores, psicodelia y exotismo.

En 1969 -al filo de sus veinte años- un muchacho exótico, moreno, ambiguo y con el pelo muy largo, llegó a París huyendo de la guerra del Vietnam y con el vago sueño de arte, teatro y experiencia de tantos jóvenes, cuando producir era menos necesario que vivir. Unos amigos (entre los que estaba el actor Pierre Clementi, amante de la trangresión) lleva a Carlos a uno de los tés de "los príncipes y los mendigos" que el estrambótico y archifamoso Dalí daba en sus habitaciones del Hotel Meurice...

Aquel Divino Dalí -Carlos lo llama así siempre- "cazador en busca de carne fresca", se fija en él (porque es exótico, joven y ambiguo) y lo introduce en su mundo íntimo, por largas temporadas que durarán entre 1969 y 1979, cuando empieza la gran decadencia de Dalí, aunque Carlos visite aún, alguna vez, al postrado y agónico de Púbol, manejado (tras la muerte de Gala) por amigos aprovechados y especuladores, en lo que muchos vimos -hasta su muerte efectiva- como un trágico acabamiento.

Carlos Lozano, que fue actor y bailarín, terminaría como galerista de arte en Cadaqués (adonde naturalmente lo llevó Dalí) con dos diferentes galerías, Cledalique la primera. Daliniano nombre: la llave de Dalí.

Dalí, el sexo y el surrealismo son, naturalmente, la parte principal de estas memorias que Lozano contó al escritor inglés Clifford Thurlow, y que este ha escrito con un esmero que sin olvidar la oralidad, da a la escritura en sí su tono más importante. Todo en Dalí era surrealista y lo que las memorias nos cuentan es la vida íntima del pintor y de Gala -cada cual por su lado, como se sabe- en frenesí y delirio, lejos de cualquier burguesía y cerca del mundo surreal ("el reino de Oniro", decía el pintor) donde todo era posible en nombre de la singularidad del arte y la singularidad del artista.

Ni hay deleite pornográfico ni tampoco pelos en la lengua para contar (con complicidad, con simpatía, aunque cada vez con distancia mayor) lo que Dalí buscaba y hacía: jovencitos guapos y andróginos o transexuales (como Amanda Lear), "gente guapa" de todo tipo -aquella tribu dorada de la bohemia artística y rica, que ya Dalí reflejó en su estupenda Vida secreta de Salvador Dalí de 1942- con quienes el pintor organizaba cenas y orgías que parecen su pasión favorita, si bien él se limita a ser voyeur o a masturbar o masturbarse, más frecuentemente, mientras Gala (ninfómana y antipática, al decir de Carlos) no deja de perseguir jóvenes amantes. Dalí llama a Carlos, "Carlitos" y a menudo (y desde el principio) "Violetera" -como el cuplé- quizá por las ojeras moradas y naturales del chico, o porque le había dicho que debía vivir y morir como una flor. Maravillado por ángeles y andróginos, a Dalí le encantó (en 1969) que el entonces embajador de España en Francia, un tal Mateu, le hubiese dicho a carlos, al despedirse y besándole la mano: "Adiós, señorita".

Tres frases pueden marcar el tono de cuanto digo (delirio y sexo y hermosas y mágicas o locas divagaciones del genio): "Era un actor, un animador, un mago y un tonto que pronunciaba palabras de sabio..." Otra: "Dalí volvía surrealistas a todos los que le rodeaban". Y la tercera: "Su gran deleite consistía en persuadir a un mozuelo de que se bajase los pantalones y se masturbara".

El indio tierno y hippy que fue Carlos Lozano aparece como un joven homosexual y libre que admira al Divino, aunque sabe que éste le fagocita y utiliza, pero -qué caramba- la magia es la magia, y Dalí (pobre Dalí) irradiaba fascinación, tacañería y extravagancia... Un más que curioso libro. Dice Lozano, citando al pintor: "la diferencia entre los surrealistas y tú estaba en que tú eras un surrealista".