Image: La puerta de la paz celeste

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Novela

La puerta de la paz celeste

Shan Sa

9 mayo, 2001 02:00

Traducción de Manuel Serrat Crespo. Ediciones del Bronce. Barcelona, 2000. 108 páginas, 1.400 pesetas

La memoria es el recurso del ser humano que le permite reconocerse, de la misma manera que a los pueblos, porque el silencio que marca el olvido nos acerca más a la muerte, y el hombre es entonces prisionero de la tramoya que quieran marcar sus dirigentes, porque sólo desde su memoria puede la persona saber quién es, adónde pertenece, ser dueña de su historia, que es decir dueña de sí misma. Los regímenes totalitarios tienen como primera instancia de su labor represora la eliminación de la memoria histórica, la uniformidad del pensamiento, borrar la pluralidad que permita la autonomía del ser. Esta es la preocupación que recorre, desde el tono casi de reportaje del comienzo, hasta la hondura lírica, trufada de fábula y mito ancestral de raíz popular china, en La puerta de la paz celeste, que es un canto a la libertad y a la búsqueda, a la memoria intrahistórica del pueblo chino.

Utiliza varias fórmulas integradoras para el sencillo desarrollo de la acción: en la primera parte de esta breve novela, la yuxtaposición de secuencias narrativas en capítulos alternantes, protagonizados sucesivamente por Ayamei, la estudiante que tiene que huir, y por el jovencísimo teniente Zhao. Un narrador omnisciente pero imperceptible, nos describe los terribles sucesos de la noche de la matanza de Tiananmen, sufridos por la chica universitaria, quedando atrás sus compañeros muertos, y perseguida por Zhao, a quien le encarga el ejército su búsqueda. Tal vez sea esta la parte menos lograda de la novela, que no termina de acertar en el tono realista en el que comienza.

Consigue Ayamei abandonar Pekín gracias a la ayuda del camionero Wang, y se esconde en una zona remota y costera de China. El recurso siguiente que Shan Sa utiliza en esta novela es el del diario encontrado. Al hallar el teniente el diario de la joven huida, conocemos su lírica y trágica trayectoria. El vuelo de la narración es entonces cuando adquiere una mayor consistencia, una verdadera personalidad, momentos de verdadera literatura, que, de manera creciente, van construyendo una novela que termina por fascinar al lector.

La lectura del diario es el punto de inflexión que permite al joven teniente recordar su propia y modesta existencia. La memoria se convierte así en un revulsivo que conforma el crecimiento de Zhao y su transformación. Tras la pista de Ayamei, seducido por su escritura, vuelve a la otra China, anclada en el pasado. El contacto con la naturaleza más remota de su país, ese mar y sus gentes humildes, la terrible montaña que cobra protagonismo propio, y esa mujer que casi se transforma en leyenda, conforma el elemento mágico en la acción, hasta el memorable final.

Shan Sa (Pekín, 1973) tras dejar China en 1990 con motivo de los acontecimientos de Tiananmen, fijó su residencia en París, donde ha estudiado sociología y filosofía. Como escritora, ha publicado, en chino, tres libros de poesía y un libro de relatos infantiles. Esta novela es su primera obra escrita en francés, que ha sido galardonada con el premio Goncourt a la mejor primera novela en 1998. También ha publicado Les quatre vies de saule en 1999. Tras la lectura de La puerta de la paz celeste, vemos el simbolismo claro de unos acontecimientos sangrientos que transcurrieron en el espacio de ese mismo nombre y cómo se trascienden en la naturaleza y en su misterio.