Cosas que ya no existen
Cristina Fernández Cubas
30 mayo, 2001 02:00Ganaría el libro, algo irregular, de haberlo sometido a una poda, pero, por suerte, en su mayor parte convierte la autobiografía en plataforma donde presentar objetivos menos limitados: desvelar la cara oscura de la vida, atisbar las sutiles lindes entre lo cotidiano y lo excepcional, y, en fin, mostrar cómo algunas decisiones marcan un destino. Construido con diversos registros, se logra una variedad que rompe la monotonía que suele amenazar a estas obras.
Cosas que no existen mezcla pasajes de tono diferente, a la vez que resulta unitario en la suma de sus quince capítulos. Algún episodio tiende al relato corto, otros pertenecen a la literatura viajera, a veces aflora el puro gusto por contar, y no faltan momentos cercanos a lo poemático -sin dejar de ser narrativos- por la intensidad de las emociones. Casi un cuento -aunque se asiente en una experiencia real- es uno de los mejores capítulos el inicial, "Segundo de Bachillerato", con una buena anécdota y un gran personaje como protagonista. De una honda intensidad con un remate lacónico excelente, es el otro que prefiero, "Ana María en casa", evocación de la hermana mayor muerta.
El volumen entero es una elegía del tiempo pasado, concebido como lo que no retornará. El título resulta transparente al respecto, aunque necesita una matización. En verdad, no se habla de algo que no exista. Las divertidas y peregrinas anécdotas de la frontera entre dos países hispanoamericanos seguramente conservan una plena vigencia. Esas "cosas" sí existen, pero ya no están al alcance de la autora. Este sentimiento es la veta sostenida de toda la obra, incluso influye en su forma. Aclara que no ha escrito unas "memorias" sino un "libro personal" que consiste, nada más y nada menos, en un "libro de recuerdos". Acierta con estas precisiones, que van más lejos de su modesto planteamiento. Las memorias obligan al memorialista a construir una imagen de sí mismo, mientras que los recuerdos se escapan de tan oneroso peso. Libre de él, relata parte de su singladura vital. De ahí brota la añoranza que impregna el libro; un sentimiento aprehendido más por la vía emocional que por la intelectual, de intensidad notable y con estilo sensorial y vivo.