Novela

El ojo hambriento

Fernando arias

27 junio, 2001 02:00

Premio Alfons El Magnanim. Algar. Alcira, 2001. 249 páginas, 1,950 pesetas

Fernando Arias (Valencia, 1947) está ligado al mundo de la comunicación, pero también ha hecho incursiones en el terreno de la novela. El ojo hambriento obtuvo el premio de literatura Alfons el Magnànim, y es una agradable novela de intriga; más exactamente, lo que en los medios cinematográficos suele clasificarse como thriller. Pero el autor ha evitado esos irrisorios trasplantes -que a veces producen bochorno- de los modelos narrativos norteamericanos a tierras españolas, y directamente ha situado la acción en Estados Unidos, en la ciudad de Nueva Orleans. Allí se traslada el narrador, Juan Cortés, que pertenece a la compañía de seguros de un importante banco, a fin de cerciorarse de la confusa muerte de su cliente y amigo de la infancia, el escritor Víctor Blanco, cuya viuda reclama el correspondiente seguro. Planteada en estos términos, la historia delata sus modelos narrativos, empezando por la figura del protagonista, ya que el investigador de seguros es, en efecto, un tipo frecuentísimo en la época del mejor cine negro americano, y ningún lector familiarizado con el género tendría inconveniente en imaginar a Juan Cortés con la cara de Dick Powell o de Edmond O’Brien. La intriga se desarrolla con buen ritmo, guiada por la voz de Juan Cortés, e incluye, hábilmente dosificados, ingredientes reconocibles -paseos, indagaciones, escarceos amorosos, incluso algún sueño un tanto humorístico que se aparta de las falsillas del género- y personajes consabidos: el jefe hosco, la secretaria complaciente, el taxista negro, la mujer misteriosa, el sheriff del condado, el periodista estrafalario... El esfuerzo más notable ha recaído en la plasmación del ambiente: aspectos como las calles de Nueva Orleans, el peso de los contrastes raciales, la omnipresencia del jazz y otras características de la ciudad que han originado tantas imágenes literarias y cinematográficas, constituyen un ejemplo del buen quehacer literario que exhibe el escritor valenciano.

Si pedimos a la novela entretenimiento de buena ley, aquí lo hay; si buscamos algo más profundo, un buceo en la naturaleza humana, un boceto psicológico y una perspectiva moral, El ojo hambriento se queda en el umbral de las buenas intenciones, sin alcanzar ese estrato que provoca en el lector un trance hipnótico o, simplemente, lo saca de sus casillas para introducirlo en otro mundo. Es cierto que lo que alcanzamos a conocer de Víctor Blanco lo convierte en un personaje interesante, pero el autor apenas araña en la superficie, de modo que ciertas informaciones esenciales, como la relación con su esposa, quedan escamoteadas y desactivan la fuerza potencial del personaje investigado. Por otra parte, la narración está, en general, bien ajustada a una construcción lineal, sin alardes de ningún tipo, aunque con algunas flaquezas: el sueño del accidente aéreo se dilata excesivamente, y el desenlace final resulta abrupto e impreciso.

El ojo hambriento es una novela dignamente escrita, a menudo con el nervio y la concisión del reportaje de calidad. Se podría haber evitado algún lugar común expresivo ("atrajo poderosamente mi atención", pág. 55) y extirpar ciertos lunares: se habla de un "perro perdicero" (pág. 54), se llama "cámara" al cuarto de baño (pág. 210) y "elevador" al ascensor (pág. 211); los personajes se "sacan" el vestido (pág. 150) o se "sacan" la chaqueta (pág. 153) en lugar de quitarse simplemente las prendas. Y es difícil entender cómo, debido a un miedo súbito, "el sudor me empapó esporádicamente el rostro" (pág. 82), donde es complicado conciliar el desajuste entre el valor del adverbio y el aspecto verbal. Pero lo cierto es que sería una satisfacción que las novelas que se premian y se publican cada semana ofrecieran tan pocos chirridos como ésta.