Image: La memoria del gallo

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Novela

La memoria del gallo

Justo Vila

4 julio, 2001 02:00

Ediciones del Oeste. Badajoz, 2001. 226 páginas, 1.950 pesetas

Como hizo en la Agonía del Búho chico (1994) y en Siempre algún día, el narrador pacense Justo Vila se sumerge de nuevo con La memoria del gallo en los rincones más ocultos de la España profunda.

El conocimiento que el autor posee del mundo rural no da origen, sin embargo, a una contemplación externa de sucesos y personajes. Nada hay aquí de añeja recreación costumbrista ni de adhesión al viejo lugar común de la alabanza de aldea. El territorio en que Vila sitúa sus historias es un lugar castigado por los vientos de la violencia -la guerra civil está siempre al fondo- y marco de miserias, venganzas y hechos brutales que a menudo quedan celados en la intimidad de las familias. En La memoria del gallo el autor ha pretendido huir de los moldes del relato lineal, ejercicio arriesgado, sin duda, porque se trata de segmentar el conjunto en historias que, aun presentadas de modo independiente, deben mantener entre sí los vínculos suficientes para sostener la unidad. No es fácil desestructurar aparentemente el relato y mantener la trabazón de sus componentes, sobre todo cuando no existe el hilo conductor de un personaje que recorra casi todos los episodios y se convierta en el hilván que los relaciona. Las soluciones ensayadas por Vila son varias, aunque predominan dos: el uso de las recurrencias y la narración de un mismo suceso desde ángulos distintos. Ambos procedimientos permiten al lector, al tropezar con una escena o un alusión, recordar un fragmento pasado, enlazar con otras informaciones ofrecidas acaso de refilón y completar la historia (véanse, las págs. 119, 126 y 204, entre otras). No siempre este sistema de remisiones resulta eficaz, y en algún momento un lector desprevenido puede encontrarse desorientado ante el alud de personajes de una historia que abarca muchos años.

A pesar de estas posibles desconexiones, quedan nítidas en la memoria del lector historias como la de Marinela, o la del P. Minuto, dramático esbozo de un recuerdo de infancia, así como las represalias por el asesinato de don Nicolás Corchado. Y se eleva hasta alturas infrecuentes, por la sobriedad y la concisión con que está desarrollada, la historia de Andrino Expósito y su convivencia con las hermanas Engracia e Irene, de trágico final. Algo parecido habría que decir del atormentado personaje de la maestra jubilada que escribe un diario tratando de aclarar su culpa en la muerte del hijo. No faltan tampoco los personajes obsesionados por un oscuro afán de venganza, como Julio Navarro, que busca con obsesivo afán al antiguo sargento Barquillas para matarlo y encuentra únicamente a un viejo febril y casi paralítico, en nada parecido al torturador de 38 años antes. El motivo de los guerrilleros antifranquistas, esencial en la primera novela de Vila, está aquí presente y se prolonga hacia el personaje del topo o escondido, oculto durante años por temor a las represalias de los vencedores. Vila es un buen escritor, capaz de sorprender con plásticas formulaciones ("huye noviembre en un falso caballo manso, anunciando el duro invierno que nos espera", pág. 25; "el coche levantaba serpientes de polvo", pág, 187), si bien no a salvo de usos discutibles: "debían de ir abonando" (pág. 149) indica conjetura y no obligación, como se pretende. "A punta de pistola" (pág. 180) o "se pierde en la noche de los tiempos" (pág. 86) son expresiones rechazables por distintos motivos. Pero se trata de minucias. Hay que seguir concediendo a Justo Vila un amplio crédito.