Image: El paraíso perdido

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Novela

El paraíso perdido

ANTONIO PÉREZ RAMOS

4 julio, 2001 02:00

Seix Barral. Barcelona, 2001. 349 páginas, 3.200 pesetas

Un muchacho sostiene que el Cristo que preside el aula escolar escoltado por los retratos del Fundador Ausente y del Jefe del Estado tiene a ambos lados de la Cruz a dos bandoleros. Esta ocurrencia hace que salten todas las alarmas del país dictatorial donde el chico ha cometido el desafuero. E inmediatamente se pone en marcha el mecanismo represor: los curas del colegio, la judicatura, la policía, la milicia...

Alarmados por la bomba de relojería encerrada en el sacrilegio, intervienen para evitar males mayores. El retrato de los comportamientos de esos grupos privilegiados de un sistema político excluyente constituye el núcleo de El paraíso perdido. Hay en ella un objetivo central: Pérez Ramos quiere construir un alegato cerrado contra tal aberración, y ensalzar la libertad. Pertenece, por tanto, la novela a la tradición de la literatura de compromiso, sólo que, en lugar de basarse en un realismo directo, se acoge al modelo del relato parabólico e intelectual.

Con este propósito traza ante todo una alegoría, la de un país no situado en un lugar o tiempo que pueda corresponder con exactitud con alguna realidad histórica cierta. Múltiples indicios permiten, no obstante, superponer la imagen literaria con la de España en tiempos de su reciente dictadura. Los dardos del autor apuntan a la alianza solidaria de Iglesia y Ejército con el poder político. El retrato es vigoroso, pero plantea un problema que afecta al interés práctico y a la credibilidad literaria de la anécdota.

Por un lado, parece inútil hoy semejante empeño en una sociedad tan laica y tan indiferente u opuesta a los valores de la milicia como la nuestra. Por otro, la alegoría vale para lugares no libres de semejantes lacras fundamentalistas, pero entonces el modelo en el que se inspira el cuadro actúa como un pie forzado demasiado fuerte. Esta limitación de la obra tiene su causa, que se descubre en un ingenuo y pedantísimo "postfacio" donde el autor mezcla una teoría general de la narración y algunas explicaciones acerca de su libro. Pérez Ramos ha pensado muy bien todas las claves de su fábula y ha puesto al servicio de ésta una construcción abstracta; pero le falta esa dosis de espontaneidad y calor que no se estudia en los libros.

La intelectualización del proceso creativo no permite por sí misma que una novela tenga esa plenitud de vida que dan a las suyas escritores menos cultos y especulativos, y eso ocurre a ésta. Es una pena que se produzca semejante desajuste, porque en El paraíso... hay cosas muy buenas. Lo primero, la elección de un narrador omnisciente con un discurso retórico poderoso, lleno de hipérboles y sarcasmos. Lo siguiente, una ideación anecdótica repleta de hipérboles muy eficaces que acentúa los rasgos paródicos de la realidad recreada hasta los límites de la caricatura.

Diversos ecos de la tradición narrativa europea de corte intelectual valdrían como antecedentes de la postura del autor, y a ellos rinde tributo; sobre todo al Goethe del Fausto, sobre el que traza una segunda línea narrativa, especie de glosa de la acción principal que aporta un interesante complemento, como una perspectiva enriquecedora, aunque algo tediosa y pegadiza, de la fábula principal. También hay uno doméstico con el que emparenta la obra, el mundo intransigente de mandarines y enmucetados que forjó el murciano Miguel Espinosa.
En fin, aunque no en lugar secundario, debe ponderarse en todo su valor la apuesta ética de Pérez-Ramos. Su paralelo -incluso en el arrebato expresivo- estaría en la formidable diatriba contra la vida provinciana entontecida que viene lanzando Sánchez-Ostiz. Por este flanco surge una fábula de coraje moral, necesaria por lo que tiene de diagnóstico y rememoración de un estado de cosas que dos generaciones de españoles no han conocido afortunadamente, y por lo que encierra de enseñanza con vistas a un futuro no probable pero tampoco imposible. Si todo ello se hace, como es el caso, con un estilo exigente y pensando en un lector culto, quien la disfrutará en la medida en que aprecie no pocos guiños culturales, estamos ante una obra que no debiera pasar desapercibida.