Image: La mitad de una mujer

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Novela

La mitad de una mujer

JUAN CARLOS ARCE

5 septiembre, 2001 02:00

Planeta. Barcelona, 2001. 197 páginas, 2500 pesetas

Dicen las acotaciones biográficas de este escritor albaceteño (nacido en 1958) que desde sus comienzos comparte su actividad literaria con su profesión de jurista; nada asombroso teniendo en cuenta el alto porcentaje de creadores que compaginan otro oficio con el de escritor.

Sí lo es, en cambio, el que la calidad de su obra confirme que Arce ha encontrado en la creación novelística y dramática una jurisdicción a su medida. Lo afirman títulos como El matemático del rey, o Melibea no quiere ser mujer, en el ámbito narrativo; y La chistera sobre las dunas o Retrato en blanco, en el del teatro, y lo defienden los elogios y los premios obtenidos, que reconocen que estamos ante un creador original, capaz de depararnos muchas sorpresas.

La última es esta novela, La mitad de una mujer -"una fantasía aritmética", dice con acierto una frase extraída de sus páginas-: una aguda exhibición de ingenio argumental y expresivo, dos componentes que pocas veces alcanzan el debido equilibrio en una historia donde la seriedad de sus motivos no está reñida con el tono vivo, fresco y paródico, mezcla de comicidad e ironía, en el que se asienta el discurso. Esa fórmula expresiva ya es un haber que caracteriza su estilo, como lo es su acertado manejo de escenarios y personajes. En esta ocasión la trama se viste de farsa, se traslada a unos días del Madrid del año 28 y se pasea por sus calles y tertulias para ambientarlo con guiños de la época, con personajes de la talla de Ortega, Ramón, Valle-Inclán,con "poetas que vocean su condición de bohemios", con magos, santeros y toreros,y para pronunciarse en defensa de los ingredientes de ilusión y fantasía que deben actuar sobre los placeres que desatan las pasiones.

Y es que ese aserto es el que mueve la acción principal; el resto, aunque secundario, constituye una magnífica recreación de la escena sobre la que discurre la anécdota. ésta corre a cargo de lo que sucede en las vidas de dos amigos, médicos los dos, y cada uno ajeno a lo que, en realidad, sucede al otro. A Andrés Zamora, "hombre moderno y del siglo", de los que no entienden las decisiones que no se toman con la cabeza, le ha dejado su mujer y no encuentra otra explicación que la de sostener que "la magia la transformó para siempre".

Lo de Santiago Vidal es otra historia. Vive ensimismado en su oficio de médico, pero "al revés". Lo suyo no es salvar pacientes sino envenenarlos (una deformación sistemáticamente perfecta, que diría Valle). Pero lo cierto es que una nueva ambición domina su vida desde que su amigo le presentó al ilustre escritor gallego. Y no es otra que matar a "una figura de tanta nombradía", para "salvar su afición del injusto silencio en que se mantenía", razona él, y lograr el reconocimiento que merece "el triunfo de una estética superior". Así se las gasta la única pasión que "aporta humanidad a su vida". Con ella habrá de vérselas el lector dispuesto a gozar del ingenio a raudales que despliega esta novela.