Image: Carta a Isadora

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Novela

Carta a Isadora

JOAQUÍN PÉREZ AZAÚSTRE

19 septiembre, 2001 02:00

Ediciones B. Barcelona, 2001. 189 páginas, 2.328 pesetas

Todos los cuentos de Carta a Isadora son excelentes y se benefician de una prosa rotunda y plástica; algunos rozan la perfección absoluta. Por ahora Pérez Azaústre tiene suficiente literatura; acaso le falta únicamente vida

Para un crítico, que por encima de todo es un lector atento y entusiasta, constituye una satisfacción impagable atisbar destellos de talento y originalidad en un escritor que comienza su trayectoria. Es lo que sucede al leer esta obra de Joaquín Pérez Azaústre (Córdoba, 1976), compuesta por nueve relatos breves de pulcra escritura, algunos de los cuales rozan la perfección absoluta. Se dirá que esto es aún poco para hacer pronósticos, y que lo que al autor ha mostrado hasta el momento es, sobre todo, su capacidad lírica, acreditada con un premio Adonais. Es cierto, y también lo es que del poema al cuento breve hay a menudo una pequeñísima distancia, de modo que el tinte fuertemente poemático que, sin perder su carácter narrativo, ostentan casi todos estos relatos, los relaciona estrechamente con la vertiente lírica del joven autor cordobés. Ha escrito una novela primeriza, pero, sobre todo, se ha adiestrado en el manejo del lenguaje con el cultivo de la poesía, equipándose de este modo con las mejores herramientas para lanzarse al terreno de la narración, único en el que deben juzgarse los logros de este volumen.

Lo primero que conviene advertir es que nos encontramos ante un libro henchido de literatura. Muchos personajes, numerosos conflictos y sucesos tienen su clave en obras y autores identificados explícitamente o de fácil reconocimiento. "Carta a Isadora" es una misiva que Mata Hari, ya difunta, dirige a la famosa bailarina Isadora Duncan. "El descubrimiento de América" tiene como asunto el hallazgo por un doctorando de un desconocido manuscrito en el que se dan abundantes noticias acerca de la generación perdida norteamericana. "Buscando tu nombre", con un engañoso comienzo realista, es una alegoría narrativa de la poesía juanramoniana. En "El encargo" hay varias supuestas cartas de émile Zola a un joven y desconocido escritor. "19 de agosto, madrugada" -casi un poema en prosa- recrea el asesinato de Lorca. "Adiós a las almas" juega con el título de Hemingway para evocar el trágico suicidio de su nieta. La literatura es también el meollo temático de "Promesas del mar", si bien aquí el empeño por utilizar nombres de autores reales apenas encubiertos trivialice la historia y le coloque, sin pretenderlo, fecha de caducidad. Acaso por esta impregnación libresca de los textos percibimos mejor la medida del escritor cuando abandona este terreno metaliterario y cuenta, por así decir, a pecho descubierto, dando vida a personajes que nada tienen que ver con obras o autores determinados. Sucede, por ejemplo, en el cuento "El Hudson sobre el tejado", que merecería figurar en la más exigente selección del género. La capacidad para narrar entrecortada y elípticamente en pocas páginas una historia de muchos años, la desolación de dos personajes maltratados por la vida, el peso de la inhóspita realidad sobre las ilusiones más puras, la vida precaria y humillante en medio de una sociedad opulenta y opresora son algunos de los motivos que configuran este extraordinario modelo de relato breve, tocado por un hálito poético amargo y purísimo, que permite entrever lo que Pérez Azaústre podrá lograr cuando se enfrente a historias y a mundos complejos y de más sostenido desarrollo. Por ahora tiene suficiente literatura; acaso le falta únicamente vida. Es difícil prever cuáles serán sus derroteros futuros. Entre los autores jóvenes hay unos cuantos que escriben muy bien pero que no parecen haber encontrado aún algo hondo e irrenunciable que transformar en literatura. Y a veces parece oportuno recordar que la imaginación es una gran virtud en cualquier escritor, y que las experiencias personales no son deseables para ser contadas sin más, como se haría en una crónica, pero sí imprescindibles para configurar una visión personal del mundo y un alambique con el que destilar vivencias esenciales.

Todos los cuentos son excelentes -aunque "Salomón y la reina de Saba" resulte un tanto fallido y en "Promesas del mar" y "Buscando tu nombre" sobren reiteraciones e informaciones inertes- y se benefician, además, de una prosa rotunda y plástica, en la que sólo hay alguna caracterización discutible ("rasgos ligeramente aristocráticos", pág. 23), ciertas similicadencias evitables ("rebeldía"-"días" y "occidental"-"mal" en pág. 48) y algunas inexplicables reiteraciones ("no más de lo extrictamente necesario para ese reposo tan necesario", pág. 159; "me llamó [...] hasta despertarme la curiosidad [...] y hacerme levantarme de la mesa, pág. 159). Pero se trata de levísimos lunares, sólo perceptibles si se aplica una lupa de gran aumento a estas páginas en las que brilla con personalidad singular un excelente escritor. Lo que ya es mucho.