Image: Risas enlatadas

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Novela

Risas enlatadas

JAVIER CALVO

17 octubre, 2001 02:00

Grijalbo/Mondadori. Barcelona, 2001. 233 páginas, 1.900 pesetas

Pese a su juventud, Javier Calvo (Barcelona, 1973) hace años que está implicado en cuestiones literarias de envergadura. Además de haber traducido a autores como Ted Hughes o David Foster Wallace, ha coordinado los almanaques de nueva narrativa española After hours e Invasores de Marte.

Alguien que lleva tanto tiempo flirteando con la literatura de ficción tiene que acabar sucumbiendo a ella. Y esta afirmación, en el caso de Javier Calvo, tiene más de una lectura, sobre todo después de disfrutar de su debut como inventor de ficciones, tan deudor de otros inventores y de otras ficciones anteriores.

Risas enlatadas es un libro de cuentos. Si atendemos a la longitud de algunas de las historias -como "La fiesta portátil"- deberíamos mejor decir que se trata de un volumen que combina los relatos cortos con las nouvelles (eso que en castellano (mal) llamamos "novela corta"). Existe entre ellos el mejor nexo común posible: el de una misma mirada, y el de una serie de preocupaciones, que justifican su comunión en este libro. Y hay en ellos también lo mejor que puede hallarse en el libro de un nuevo autor: una voz interesante.

Afirmar que los cuentos de Calvo son deudores de la ficción es casi resumirlos. No sólo de la ficción literaria, también de la cinematográfica y hasta de la televisiva. Calvo sabe extraer su material de la literatura clásica, de las películas de los 40 y 50, de sus actores o personajes favoritos y de los concursos más zarrapastrosos de la televisión, y con todo ello construir unas historias donde los personajes se esfuerzan por llegar a ser como los de sus referentes. Que es lo mismo que afirmar que persiguen sueños imposibles. Así, uno de los relatos más interesantes es aquel que muestra las conexiones entre una familia de clase media un tanto deslavazada con los argumentos de novelas fundamentales de la literatura de todos los tiempos. O el primero, planteado a modo de inteligente vuelta de tuerca sobre el Farenheit 451 de Bradbury. O aquel en que los inmigrantes de un país del primer mundo dan con sus ideales en la triste ficción que quiere venderles la televisión.

Todo ello sin olvidar su humor a veces corrosivo, a veces rozando la caricatura, su constante juego de guiños a esas ficciones a las que el autor rinde constante homenaje y la tesis de que estamos asistiendo a una corrupción generalizada de la cultura que nos ha mantenido vivos durante los últimos siglos.