Image: El espiritista melancólico

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Novela

El espiritista melancólico

ANTONIO SOLER

21 noviembre, 2001 01:00

Espasa. Madrid, 2001. 218 páginas, 2.850 pesetas

Tengo a Antonio Soler por un narrador muy serio e importante. En sus novelas, testimoniales y líricas, atentas al presente y enraizadas en la historia, cultiva un realismo peculiar que demuestra una gran voluntad artística. Mezcla crudeza neonaturalista con ensoñaciones y misterios; y una conciencia crítica de la realidad no le aparta de buscarle un sentido trascendente. Todos estos rasgos parece haberlos puesto en juego a la vez, tensados hasta su extremo, en su nueva, interesante y nada complaciente obra. Sólo a partir de ese sólido soporte puede arriesgarse un escritor a forjar un texto tan pleno de intenciones, tan singular y hasta arriesgado; y tan exigente que resulta de lectura bastante ardua.

El espiritista melancólico es un relato complejo, más por el tratamiento formal que por su fondo. En definitiva, se trata de una historia criminal poco común: el horrible asesinato de partida queda impune, la policía se lava las manos, un juez se convierte en encubridor.... Aborda unos sucesos de corta duración acaecidos en 1971 que engarzan con episodios sangrientos de la guerra civil. La acción se desarrolla con el concurso de un buen número de personajes, casi todos de la marginalidad social, que conviven con algún ser real (Pérez Estrada) y con espíritus evocados en sesiones de magia negra. Además da continuidad al mundo imaginario del autor por medio de nexos con su obra anterior.

La línea principal del argumento pone de relieve actitudes envilecidas y destinos condenados al sufrimiento. Esa amarga visión de la naturaleza humana es la consecuencia de un buen número de anécdotas en muchos casos muy crudas y de una conciencia social que presenta a los indefensos en un conformismo e indiferencia revulsivos. El autor acumula sexo duro, escatología, ferocidades y claudicaciones. Y aunque el escenario principal de la historia, Málaga, se amplíe ocasionalmente, estamos en una novela de pocos y reconcentrados ambientes, no de espacios abiertos: unas viviendas, un periódico, un burdel... Los lugares, así, constituyen un factor básico para crear un elemento capital del relato, una atmósfera envolvente triste y oscura.

El amargo sentido de la anécdota está íntimamente unido al modo de contar los hechos. Se alternan un yo que evoca el conjunto de sucesos desde un impreciso tiempo posterior y la tercera persona. El paso de una a otra, la inserción de los diálogos o del monólogo mental en la narración, los apuntes poemáticos..., todo fluye como en un solo discurso globalizador.

No utiliza la novela ninguna clase de partición. Toda ella es un único flujo. De la primera a la última página no existen no ya los tradicionales capítulos; ni siquiera hay un solo hiato o un espacio en blanco. Esta construcción revela más que pericia en los fundidos de puntos de vista, tiempos y situaciones: el discurso funciona casi como una equivalencia metafórica del río de la vida que arrastra en su corriente materiales diversos. No evita, sin embargo, una complejidad expositiva que requiere un esfuerzo de comprensión excesivo. No me parece virtud intrínseca la extremada sencillez, pero tampoco aplaudo que un texto se convierta en un reto. Algo más de claridad hubiera proporcionado una fuerza comunicativa mayor.

El procedimiento de alto riesgo utilizado no responde a una pura voluntad vanguardista. Puede emparentarse con el "modernismo" narrativo volcado en captar la crisis de una conciencia. No faltan declaraciones explícitas al respecto: somos raros, nos rige el azar y nos vamos del mundo sin saber nada; somos aliento de lo que vimos, estanque de la memoria. Soler expone los contrastes vitales, sobre todo la renuncia a los deseos, con este poético tono de desolación existencialista.