Image: Max Aub Retratos inéditos

Image: Max Aub Retratos inéditos

Novela

Max Aub Retratos inéditos

21 noviembre, 2001 01:00

Max Aub fue un escritor prolífico. No recuerdo si la anécdota se la he oído a algún compañero suyo del exilio o si la he leído (tal vez en el sarcástico Otaola, otro narrador trasterrado a quien habría que rescatar). El caso es que en los círculos de la España peregrina en México le llamaban Más Aún por su asombrosa fecundidad. De ahí que queden inéditos que, junto a textos olvidados, son un venero importante para completar su figura. Y, de todos ellos, pocos tan interesantes como el medio centenar de semblanzas desconocidas e inéditas (algunas de las cuales publicamos en estas páginas) reunidas en Cuerpos presentes, que salen a la luz la próxima semana.

Por suerte para Aub una fundación que lleva su nombre se preocupa de forma muy activa de mantener su memoria propiciando estudios sobre el autor, haciendo ediciones singulares o facilitando la publicación de textos desconocidos.

No hace mucho Manuel Aznar desveló unos importantísimos Diarios. Y ahora, como antes señalé, por cuenta de la propia Fundación y al cuidado de José-Carlos Mainer, aparece otro libro que establece un estrecho diálogo con los Diarios: se trata de un medio centenar de semblanzas de personajes (entre las cuales el autor incluye una de sí mismo) a quienes Aub conoció personalmente titulado Cuerpos presentes. Algunas habían tenido difunsión minoritaria: entre otras, las de Cernuda, Machado, León Felipe y José Gaos; o las páginas sobre Giacometti, Vittorini, Ehrenburg y Pierre Bonnard (de las mejores). Pero aisladas no daban idea del soterrado hilo elegíaco que une a la práctica totalidad y que dota al libro del carácter de auténtico inédito.

La expresión del título resalta además el sentido unitario, pues esos "cuerpos presentes" insinúan su verdadero contenido: un cementerio de muertos más o menos ilustres y conocidos. Pero no muestra un simple centón de difuntos, sino un conjunto trabado por el vívido sentimiento de lo ido que se proyecta emocionalmente en la propia vida de quien elabora esa nómina un tanto fantasmal. Por eso el tratamiento de los personajes no tiene nada que ver con el tono apesadumbrado y admirativo (aunque tampoco falte) propio de los obituarios. Más bien son estampas al aguafuerte que destacan con unos puntazos firmes unos pocos rasgos de la persona evocada. Estos rasgos están en función de lo que el personaje significó en la historia colectiva dentro la cual encaja la trayectoria del propio Aub.

Enriquece el libro un oportuno prólogo de Mainer que contextualiza bien su materia y su género, el cual lo entronca con la novedad medieval de rendir homenaje a notorios contemporáneos estimulada por el propósito de preservar su recuerdo para la posteridad. Y lo enlaza también con las galerías de retratos elaboradas hace medio siglo por un JRJ o un Aleixandre. Un aire de familia tiene Cuerpos presentes ciertamente con esos parientes, pero también una notoria personalidad. Esta se debe, ante todo, a que el eje del libro es el mismísimo Aub y no tanto los destinatarios de las peculiares necrologías.

Todo gira con voluntad autobiográfica en torno a él y diríamos orteguianamente que a la gran circunstancia determinante de su vida toda, el exilio. Más que el romántico lamento de lo solos que se quedan los muertos, el planto de Aub se refiere a lo solo que se queda él, a los pocos que van quedando de un tiempo atrás, de ese tiempo marcado por la anteguerra y la guerra y cuyo transcurso se va saldando con la frustación de ilusiones personales y, por supuesto, colectivas, pues en gran parte del libro late la inexorable consunción del exilio entre muertes y más muertes. Como siempre en este autor, pero aquí en un grado máximo, leemos una confesión de españolismo encendido, vigorosa.

De ahí uno de los rasgos capitales de estos retratos, subrayado por la perspicacia de Mainer, su carácter de testimonio generacional. Un testimonio de grupo surgido tan de la fibra cordial de Aub que a Mainer, nada amigo de estas sospechosas ordenaciones culturales, le resulta simpático; o, al menos, no lo tiene por inadecuado o inconveniente.

Y es que no hay por qué ponerle peros a la vivencia de Aub de que las inquietudes suyas y de otros de su época encarnaron un proyecto colectivo de reforma moral y política que se vino abajo. Según el papel que cada cual jugó en esa partida, así lo trata Aub. La templanza no era, desde luego, una virtud del autor de los Campos y aquí queda bien claro. Hay celebraciones incondicionales dictadas por la más justa reivindicación, así la de Alfonso Reyes. No es, sin embargo, la generosidad el rasgo dominante de Aub y más bien le sale, tras la alabanza medida, el reparo cominero y amargo que minusvalora al personaje. O directamente la sentencia negativa e hiriente: "Hijo de puta/ nacido con bigotes por pinceles/ y cojones", dice en verso de Salvador Dalí.

La no infrecuente destemplanza de Aub, y esa sentenciosidad un tanto conceptista que no falta en muchas de sus páginas, se pone al servicio de una escritura libre, sin inhibiciones, que da resultados penetrantes como los relativos a Cernuda -"Tímido, solitario, tuvo que escribir cuanto no dijo; la palabra viva sólo muerta le salía. [...] ‘Por todas parte el hombre mismo es el estorbo peor para su destino de hombre’, es decir, por todas partes Luis Cernuda mismo fue el estorbo peor para su destino de hombre.

Desdichado y solo por las orillas del tiempo, viéndose marchitar mientras se renovaba la hermosura" (pág. 91)-, León Felipe -"actor en Madrid, farmacéutico en la Alcarria, empleado en Fernando Poo, profesor de los Estados Unidos’, conferenciante por toda América, recorrió el mundo oyéndolo mugir"... Además, logra momentos de enorme vigor expresivo, porque nunca escribe con una finalidad puramente informativa: es la suya en estas páginas una prosa creativa llena de voluntad de estilo para convertir en arte los impulsos de la pasión.

Algunas sombras oscurecen este inédito de Aub: hay un elevado número de erratas de imprenta y no tiene sentido mantener hoy la acentuación de monosílabos; también habría que matizar en la nota sobre Santullano que su libro Tres novelas asturianas publicado en México recoge dos títulos que ya habían aparecido independientes antes del exilio del ovetense.

Estas minucias no restan valor a Cuerpos presentes, que no ha de tenerse como una pieza menor o secundaria dentro de la amplia obra aubiana, sino como uno de sus textos representativos.

CUERPOS PRESENTES

Ernesto Hemingway

"Había nacido para luchar, matar y morir. La guerra y la caza fueron lo suyo. Fue, en el mejor sentido de la palabra, un hombre primitivo [...] De lo que escribió quedará más o menos. él, sin duda, permanecerá entero. Su suicidio remata su retrato".

Manuel Altolaguirre

"Aunque quisiera, no puedo escribir de Manolo muerto. Se queda uno atónito frente a la noticia de su muerte como ante una fuente que, de pronto, se secara. porque Manolo no es la historia de sus libros, tan pocos que, conociéndole, parece mentira; nadie dio más que él: hasta la vida. Regalaba cuanto tenía, y lo que no. Para él, las dádivas, deudas; sin ostentación."

Luis Cernuda

"Si me pongo a recordar a Luis Cernuda, a lo largo de los cuarenta años que estuvimos juntos en la misma tierra, no pasan de seis o siete los encuentros que quedan presentes en mi memoria. Debieron ser más, pero me separaban de él tantas cosas vitales que fueron borrando, aún sin querer, su imagen.[...]

Murió de repente, seguramente como habría preferido, de poder escoger: en el umbral de un cuarto de baño, en pijama y bata, la pipa en la mano, al salir el sol. [...]

Hace mucho que no quería saber nada de España: nada le dolía tanto. Amaba apasionadamente lo que odiaba: su soledad primero. Vivió atrncherado, rodeado de enemigos, imaginarios. Sabía lo que valía creyendo saber lo que valían los demás. Destruyó a su alrededor, por destruir y sentirse solo; no lo consiguió.

Al perder la fe en Dios perdió la que pudo tener en los hombres. Jamás la recobró; lo que siempre tuvo presente, hechura de él mismo, fue la fe en la hermosura. Hasta el día en que. como de España, dictaminó: "Ha muerto", para darle más vida. [...]
Fue entre nosotros el único poeta romántico".

Alberto Giacometti

"Era hombre nocturno, de mucho hablar. No le importaba cómo vivía, sino vivir: el hecho en sí de ser. Había en él -en su obra- una manera totalmente pasajera, como si no le importaran las cosas. Un pasatiempo, pero para siempre. Para ello nada tan moldeable y fácil de manejar, para un escultor, como el yeso".