Image: El tranvía

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Novela

El tranvía

Claude Simon

15 mayo, 2002 02:00

Claude Simon. Foto: Magazine Litteraire

Seix Barral, 2002. Traducción de Javier Albiñana. 139 páginas, 12’50 euros

Hace un año que Les éditions de Minuit publicaba este último texto del Nobel de 1985 Claude Simon, uno de los siete escritores que posó junto al editor J. Lindon para una foto que daría lugar a la consagración del nouveau roman de los 50 y 60, una de las últimas apuestas del experimentalismo narrativo saldada con muy controvertidas valoraciones.

El tranvía se suma a otras obras posteriores al auge del nouveau roman que se orientaron hacia un autobiografismo novelesco, hacia esa llamada "autoficción" que Natalie Sarraute alimentó con Enfances, y Robbe-Grillet con Angélique. Como nuestro Manuel Vicent en su Tranvía a la Malvarrosa, Claude Simon toma tan sugerente vehículo para recuperar imágenes y sensaciones del "niño que yo era" (pág. 51), y entreverarlas con algunos recuerdos posteriores, correspondientes a su fugaz intervención en la Segunda Gran Guerra y a una línea temporal indeterminada, pero mucho más próxima al momento de la escritura, en la que el novelista ve la realidad desde la perspectiva hiperestésica y limitada de enfermo hospitalizado.

Entre los grandes renovadores de la novela contemporánea, Proust parece desplazar ahora a Joyce y Kafka, que tanto se vincularon al momento dorado del nouveau roman. Simon lo sitúa en un lugar preeminente en lo que a la composición de El tranvía se refiere: comparte con Joseph Conrad la página preliminar de los lemas en la que Proust aparece proclamando la imagen como elemento narrativo fundamental, y la eliminación simplificadora de los personajes como un perfeccionamiento decisivo.

Composición y estilo son las claves de esta novela, humanizada por los afectos rememorados pero fiel, todavía, a aquella impronta formalista del "nouveau roman" que, a fuer de erigir la autonomía del texto en supremo valor literario, abandonó el relato por el relato, la pura narratividad, y decepcionó a más de cien y más de mil lectores.

En uno de sus libros capitales, La inspiración y el estilo, Juan Benet, ingeniero de la estilística, criticaba con desenfado a la lengua francesa porque en muchas de sus construcciones sintácticas más que ante una pregunta el lector parecía encontrarse ante "una carrera de obstáculos o, en atención a la prosodia, la curva de un oscilógrafo". Leyendo El tranvía se me ha venido a las mientes aquella referencia de Benet, narrador que, por otra parte, se caracterizaba tanto por la secuencia trabada de páginas y páginas sin puntos y aparte como por un estilo "incisivo", es decir, lleno de incisos a modo de meandros por los que la atención del lector podría llegar a despistarse irremisiblemente.

Con lo dicho a propósito de Benet podemos definir el estilo de Claude Simon en esta novela cuya inspiración viene a ser fundamentalmente autobiográfica. Aquella "reificación descriptiva", tan característica también de Alain Robbe-Grillet, se mantiene aquí en el desmenuzamiento puntillista que el narrador hace del tranvía desde las primeras páginas, dedicadas a la manivela del conductor, hasta las muy posteriores en las que se nos describe la habitación del hospital donde el narrador adolece, todo ello potenciado sobremanera por esa especialidad sensibilidad pictográfica que siempre se le ha reconocido a Claude Simon. El recuerdo elegíaco de la madre ya muerta tras larga enfermedad sirve de enlace entre las imágenes borrosas de la infancia y el presente del dolor, y humaniza una visión que sigue siendo básicamente "objetalista", término que la crítica de los años sesenta solía utilizar a propósito de Simon y de quienes figuraban en la famosa foto fundacional del nouveau roman.