Image: El capitán de los dormidos

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Novela

El capitán de los dormidos

Mayra Montero

26 junio, 2002 02:00

Mayra Montero. Foto: Archivo

Tusquets. Barcelona, 2002, 215 páginas, 12 euros

Mayra Montero (La Habana, 1952) destacó anteriormente como narradora erótica: La última noche que pasé contigo y Púrpura profundo, finalista una, ganadora la otra, del premio La Sonrisa Vertical. Sin embargo, ha cultivado otras fórmulas en novelas como Del rojo de su sombra, Tú, la oscuridad y Como un mensajero tuyo.

Sin embargo, ninguna tan compleja como El capitán de los dormidos, mezcla de intenciones diversas: política, psicológica, gótica, de intriga, caribeña, folletinesca: ¿pueden coexistir sin entorpecer la narración unitaria? Tal es la capacidad del género, cuando se utiliza con inteligencia y maestría. Mayra Montero escribe el relato con fluidez, con deliberada ambigöedad, buscando una oscuridad narrativa que irá despejándose a medida que avancemos en la lectura: mantendrá la intriga hasta la última página. Pero quizá lo mejor de su compleja y diversificada trama resida en el ambiente caribeño que logra al combinar la historia de John Timothy Bunker, un aviador que navega por el Caribe recalando en la isla de Vieques, donde se encuentra el hotelito de Martineau en el que conviven un matrimonio con un hijo que roza la adolescencia con los empleados de servicio.

La acción principal se sitúa en 1950, cuando las tropas estadounidenses se entrenan en Panamá e invaden la pequeña isla. Coincidirá con el año del fracasado intento de revuelta nacionalista en el que participará su padre y en la que morirá Roberto, el amante de su madre. Pero la complejidad de acciones y tiempos es considerable.

Las perspectivas del relato son también múltiples. Por ejemplo, el "yo" que narra (en cursiva) en la página 73, que visita a su madre en Brooklyn, que vive en Port Clyde con su padre, es J. T. Bunker, más tarde "el capitán de los dormidos", así llamado porque acostumbrará a trasladar cadáveres de una isla a otra en su avioneta. La letra cursiva indica el cambio de voz, pero no de tiempo. El "yo" narrador principal será Andrés Yasín, el niño de origen libanés, hijo de Estela, quien se suicidará al conocer la muerte de su amante Roberto, un idealizado nacionalista. La ambigöedad se produce porque Andrés, que vive un ambiente de revuelta sin descifrarla, teme que su madre se fugue con el aviador norteamericano que frecuenta el hotel. Tal es su temor que acaba revelándole las supuestas relaciones a su padre y pretende chantajearla. Pero en la página 103 se deja caer que el niño vio "algo más horrible, mucho más repugnante de lo que ella podía imaginarse". Por descontado, puesto que los hechos que se dan como reales no acaecerán sino después y como consecuencia de su muerte. Los interlocutores ofrecen las versiones de una acción que sucedió cincuenta años antes.

La clave, sin embargo, será una escena narrada desde una doble perspectiva (aunque coincidente en la moral de fondo) al final de la novela: la revelación de un viejo moribundo a otro, en clave melodramática. Por otra parte, Mayra Montero traza una excelente galería de personajes secundarios que contribuyen a forjar un opresivo clima narrativo, no exento de algunos elementos simbólicos, como la escena de los perros ahorcados. El despliegue técnico (el rompecabezas que va completándose sin acabar de cerrarse) resulta tal vez exagerado; puesto que tras la trama argumental descubrimos la preocupación de la autora por el tema de los muertos ("los dormidos"). La trama está sembrada de dolorosas pérdidas, arropadas por el costumbrismo local y doméstico. El tratamiento estilístico contribuye a definir clima y ambiente.

Los rasgos de humor dulcificarán la tragedia que subyace en el núcleo familiar protagonista, víctimas de un amor sin remedio, de un revolución en la que pocos parecen creer, en un azar que se manifiesta siempre contrario.