Image: La muerte blanca

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Novela

La muerte blanca

Eugenia Rico

17 julio, 2002 02:00

Eugenia Rico

Premio Azorín. Planeta. Barcelona, 2002, 197 páginas, 15’5o euros

La joven Eugenia Rico se dio a conocer hace un par de años con una novela, Los amantes tristes, de muy fuerte intimismo centrada en el análisis de las emociones y del valor de la amistad. Su segundo título, La muerte blanca, es casi una continuación de la anterior por la insistencia en el enfoque y por su mismo sistema expresivo.

Rico abre esa opera prima con una cita en la que Marsilio Ficino sostiene que cada persona busca su mitad y no soporta separarse de ella. La cierra con una dedicatoria a la misma persona a quien ofrenda el nuevo libro, su hermano, "que no podrá" leerlo. Ambos elementos se funden en la trama de La muerte blanca Una mujer recuerda la muerte de su hermano adolescente tres lustros atrás.

Creo que el eje del relato consiste en lo que la psicología describe como un luto mal resuelto. La narradora expone el amargo cercenamiento de una parte de ella misma y la situación de extremo desasosiego psicológico en que ha desembocado su vida a consecuencia del citado drama. Esta inmersión en la patología del dolor se acompaña de visitas al pasado, y se recrea en unos vínculos fraternales que hacen pensar en un conflicto incestuoso.

De acuerdo con este planteamiento, el movimiento exterior es mínimo. Nada más sobresalen unos cuantos viajes liberatorios a remotas geografías, y de uno de los cuales, al Himalaya, surge la imagen que da título a la obra, la percepción de la muerte como un desvanecimiento de la realidad. En ausencia de acción, los sentimientos, otras vivencias íntimas y un puñado de ideas ocupan el centro del relato, que se apoya sobre un fondo leve de tipo documental. El contraste resulta eficaz y da consistencia a la voz que alienta bajo una historia tan intensamente existencialista.

Eugenia Rico le da un giro personal a una elegía mezclando el pesar por lo perdido y la búsqueda de un sentido vital. Para alcanzar esa meta propone un estilo en principio acorde con ella. Se trata de usar registros cercanos a la expresión lírica: recurso a las anáforas y tendencia general a las repeticiones; simbología; abundancia de sensaciones que dan a la prosa un cierto tono impresionista; y preferencia por una sintaxis de frase corta y oraciones simples acorde con un deseo de intensidad y concentración. Este sistema causa un efecto buscado de gran sencillez. Pero ésta es sólo aparente por la fuerte artificiosidad de esa escritura azoriniana. Además, tampoco las ideas resultan siempre simples. A veces las emociones andan un poco al borde de la exageración a causa de la conflictividad anímica generalizada y los personajes suenan algo dostoievskianos.

Rico ha empezado con esperanzador pie su trayectoria de narradora, pero veo algunos peligros: monotonía, pseudolirismo... Tiene que someterse a seria vigilancia si quiere que las cualidades que demuestra en La muerte blanca se conviertan en el soporte de la escritora de verdad notable que hay en ella.