Image: El poeta sin párpados

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Novela

El poeta sin párpados

Lourdes Ventura

26 septiembre, 2002 02:00

Lourdes Ventura. Foto: Mercedes Rodríguez

Destino. Barcelona, 2002. 191 páginas, 16,25 euros

Una adolescente de 15 años va poco a poco adentrándose, gracias a la lectura de unos viejos cuadernos familiares, en la historia de su tatarabuela Elisa del Castillo, muerta en 1870, en plena juventud, después de haber vivido una pasión arrebatadora y clandestina.

Si se recuerdan algunos datos de la historia reconstruida resultará fácil identificar su estirpe: Elisa, mujer de esmerada educación, perteneciente a una familia de la alta burguesía y casada a los veinte años -por imposición paterna y sin amor- con un hombre mucho mayor que ella, frío y distante, conserva una inclinación irresistible hacia un poeta menesteroso al que seguirá viendo en secreto, en una relación intermitente que desemboca en el adulterio. El lector reconocerá de inmediato uno de los grandes temas de la novelística decimonónica, presente en inmarcesibles creaciones de Tolstoy, de Flaubert, de Leopoldo Alas, de Eça de Queiroz. La particularidad es que, en la novela de Lourdes Ventura (Palencia, 1956), el poeta que despierta un amor avasallador en Elisa del Castillo, hasta extremos que sólo al final de la novela se descubren, es Gustavo Adolfo Bécquer.

No se piense por ello que nos encontramos ante una novela histórica, ni tampoco ante un remedo literario, si bien hay mucha literatura becqueriana entreverada en diálogos y citas encubiertas. Tampoco ha pretendido la autora esbozar una biografía anovelada del poeta sevillano -aunque intercale datos precisos y referencias a sucesos de su vida-, sino escribir un relato sobre la pasión amorosa, sobre el amour fou incontenible, lo bastante poderoso para transgredir normas sociales y morales, e incluso para saltar por encima de la propia vida. Lo demás es adjetivo. Hay motivos secundarios bien desarrollados -conversaciones de damas ociosas, bailes burgueses, secreteos de salón-, en los que brilla con frecuencia no sólo un buen conocimiento de la época, sino una templada ironía. Pero lo esencial es la verbalización del arrebato amoroso, que se resuelve en imágenes, en largas series casi visionarias que acuden al pensamiento y a la pluma de Elisa. El lenguaje engendra amor y el amor desencadena la exaltación verbal que trata de dar forma escrita a lo inefable. "Para Elisa, manejar las palabras era tan relajante como para otras mujeres bordar un mantel" (pág. 171). El pasaje en que se acumulan las sensaciones con que se narra, por ejemplo, la desazón que sigue al súbito enamoramiento de Elisa (págs. 35-37) alcanza, por su riqueza imaginativa, una brillantez poco frecuente. Y no se trata de un caso aislado.

Es precisamente en esta realización verbal de la pasión amorosa, en las innumerables e insólitas asociaciones que se suceden en cascada y que dan la medida de la exaltación irrefrenable que invade a la enamorada, donde se encuentra lo más valioso de El poeta sin párpados. Sublimando los elementos más triviales y reconocibles de la narración amorosa de corte romántico y relegando las acciones a un segundo término en beneficio de las sensaciones -anotadas con admirable sentido plástico-, Lourdes Ventura ha sorteado múltiples escollos hasta fundir tradición y originalidad en una obra nada desdeñable, que, además, tiene como vehículo una prosa notable, variada, con abundantes acuñaciones inesperadas ("las telarañas de la muerte que empastaban las pesadillas de Ricardo", pág.147), donde sólo algunas construcciones resultan inadecuadas a la época en que se sitúa el relato. Así, resulta difícil aceptar el reiterado uso de vocablos como suripanta (págs. 24, 91, 153, 179), que empezó a extenderse pocos años después; pero es decididamente imposible que digan guateque (pág. 31), puertas blindadas (pág. 74) o frases como "Que Altagracia contacte cuanto antes con los poetas" (pág. 94) puesta en boca de una Marquesa que hacia mil ochocientos sesenta y tantos no podía suponer que el crudo anglicismo contactar desembarcaría en el español, inundaría los despachos de ejecutivos, gacetilleros y políticos y llegaría a instalarse en el Diccionario académico.