Image: Bohemia

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Novela

Bohemia

Rafael Cansinos Assens

5 diciembre, 2002 01:00

Cansinos, retratado por Alfonso

Edic. de R. M. Cansinos l. Fundación R. Cansinos. Madrid, 2002. 192 páginas, 21 euros

Rafael Cansinos Assens fue un excelente crítico, además de infatigable traductor y cronista de los movimientos literarios de su época, en muchos de los cuales intervino como partícipe y animador eficaz.

Sus ensayos y la obra que podríamos llamar memorialística (La novela de un literato) constituyen documentos inestimables para reconstruir los vaivenes de la literatura española de entreguerras, sobre todo por lo que se refiere a sus figuras secundarias. Cultivó también la creación novelesca, con títulos como El eterno milagro, La huelga de los poetas o El movimiento V.P., aunque no puede decirse que en este terreno fuese igualmente afortunado. Lo cierto es que su figura tiene el perfil característico del homme de lettres. Del archivo de textos inéditos que dejó al morir, Rafael M. Cansinos ha exhumado ahora Bohemia, enriqueciendo la obra con un ajustado prólogo, un buen puñado de notas a pie de página para aclarar vocablos, giros o alusiones, y un índice onomástico que facilita la búsqueda de pasajes concretos. Claro está que, con mayores razones aún que en otras obras del autor consideradas novelas, habría que poner en duda el carácter novelesco de Bohemia, que ofrece esencialmente una serie de escenas y conversaciones por las que desfilan Villaespesa, José Nakens, los Machado, José Ferrándiz, Claudio Frollo, González Blanco, Valle-Inclán y otros escritores, sin más nexo que la presencia permanente del narrador, un joven aspirante a literato llamado Rafael Florido que apenas oculta la identidad del autor.

Difícilmente puede considerarse Bohemia una novela -aunque se trata, sin duda, de una obra narrativa, y escrita con buena prosa, además-, sino más bien un conjunto de recuerdos sueltos, de conversaciones y escenas sin demasiada trascendencia que en algunos pasajes se acercan a muchas páginas de La novela de un literato o coinciden con ellas. Nos hallamos ante una crónica -un tanto cutánea- de pequeños sucesos que ayuda a entender la figura humana de ciertos escritores sin profundizar en cuestiones literarias o artísticas. éste es el interés primordial de Bohemia.

Las notas a pie de páginas resultan un tanto desconcertantes. Si el editor ha pensado en unos destinatarios a los que conviene aclarar los significados de valetudinario, bujarrón o dispéptico, que se pueden encontrar en cualquier diccionario, sorprende que no anote, por ejemplo, las palabras que caracterizan a un personaje como "pobre, y con humos". Y existen varias notas mejorables. A propósito de andulear (pág. 38), el editor consigna que "no viene en los diccionarios", y añade: "Probablemente se utilizaba en Andalucía". Es exacto, y podría haber salido de dudas sin más que consultar el voluminoso Vocabulario andaluz de Alcalá Venceslada, en el que se recoge andulear con el significado de ‘andar sin rumbo fijo’ y se documenta con un texto de González Anaya. La consulta de este vocabulario le hubiera ahorrado al editor algunos quebraderos de cabeza. Así, en la pág. 63 tropieza con la palabra zape (el texto habla de "un hombre de pelo en pecho [...] y, sin embargo, es de los de zape") y confiesa no encontrar significado congruente para el vocablo. Pero ya Alcalá Venceslada señala como andalucismo zape ‘afeminado’. En la página 92 se afirma que grímpola es ‘armar jaleo’ -lo que sería una inaceptable caracterización lexicográfica: un sustantivo por una forma verbal-, cuando el Vocabulario de Alcalá Venceslada define con precisión la palabra como ‘juerga borrascosa’, apoyándose en textos de Rodríguez Marín y de Muñoz Pabón.

Hay equivalencias léxicas que convendría corregir o matizar: raspa (pág. 107) no es ‘caradura’, sino ‘tramposo, fullero’. La definición de picadero (pág. 123) es ambigua; hubiera sido preferible copiar la que ofrece la última edición del DRAE o la que ya figuraba en el Diccionario manual de 1989. Se pregunta el editor (pág. 159) si jayeres significa ‘dineros’ basándose en un ejemplo de Fernando Villalón recogido en el CORDE. Así es, en efecto, pero no hacía falta acudir al CORDE. Es un vocablo del caló que ya recogió Luis Besses hace un siglo y que aparece también, profusamente documentado, en el reciente Diccionario ejemplificado de argot de Ciriaco Ruiz. Y tampoco hay que pensar en un argentinismo para chirle ‘insustancial’ (pág. 67). La palabra está en muchos textos españoles, desde Quevedo hasta Doña Inés, de Azorín. éstas son algunas muestras de un aparato de notas que merecería una revisión con mejores instrumentos lexicográficos que los utilizados.