Image: El rastro

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Novela

El rastro

Margo Glantz

26 diciembre, 2002 01:00

Margo Glantz. Foto: Archivo

Finalista del premio Herralde. Anagrama, 2002. 172 páginas, 12 euros

La característica que prima en esta novela de Margo Glantz es la pedantería. Hay grandes novelas pedantes, como La montaña mágica de Thomas Mann, pero por desgracia, la de la mexicana Margo Glantz, multipremiada profesora emérita de la UNAM, alcanza la mínima cota.

El rastro es un texto poemático, un monólogo interior sui generis, una mirada en un único tiempo a un doble escenario en el que predominan las reiteraciones de frases, consideraciones, hechos. El tema es tan simple como la descripción de la estancia de una mujer, Nora, chelista de profesión, en el velatorio y posterior entierro del que fuera su marido, Juan, quien "un día dejó a su esposa (a mí, Nora García) y a sus hijos e inició una vida desordenada y voraz..."). Las relaciones de la pareja parecen reducirse a lo artístico, porque Juan es pianista. Pasó sus últimos días, deducimos, en una estancia campesina, donde se desarrolla la no-acción. Pero la ex esposa parece perturbada porque nadie le da el pésame. No llegaremos a saber a quién se lo dan en una abarrotada estancia llena de gente de diversa extracción, donde se encuentra el féretro.

La novela se debate entre el costumbrismo, la observación de los extraños asistentes a la ceremonia -con ciertos toques buñuelescos o expresionistas- y largas explicaciones sobre cardiología y musicología. El peso del ensayismo es tal que hace desaparecer el casi nulo hilo conductor del relato. El uso del tiempo interno -sin acción- es apenas visible; ni siquiera resulta lineal, va del pasado remoto al presente y de éste al pasado inmediato, hasta el punto que podemos advertir: "Juan lo sabía perfectamente, antes de que compráramos los discos de Schiff, pianista que se ha puesto de moda después de su muerte (la de Juan)". ¿Cómo puede ponerse de moda "después" si el relato se escribe en el presente de la muerte y el entierro? Cuando describe, lo hace con exagerado detallismo, envolviendo la atmósfera en un halo de falso misterio que nunca se desvela. En cuanto a las repeticiones que confieren el carácter poemático al relato recuerdan la novela de Cela, Madera de Boj, aunque sin su épica, su dramatismo y aquellos personajes definidos en un solo trazo.

La narradora consigue un ritmo apasionado en el discurso. Pero no ocurre de igual modo en los breves ensayos con los que nos obsequia con excesiva frecuencia. Sin duda ha manejado fuentes de diversa naturaleza para construir esta, quizá, novela; que, por descontado, no responde a las expectativas.