Image: La Rambla paralela

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Novela

La Rambla paralela

Fernando Vallejo

16 enero, 2003 01:00

Fernando Vallejo. Foto: Archivo

Alfaguara. Madrid, 2002. 190 páginas, 11’90 euros

El colombiano Fernando Vallejo, ya conocido en España por La virgen de los Sicarios (1994, su obra más relevante), El desbarrancadero (2001) y su ensayo La tautología Darwinista (2002) nos ofrece ahora una novela-ensayo sobre la vejez, la decadencia y la muerte.

Se ha servido de una técnica poemática (reiteraciones de frases o situaciones), monólogo del protagonista con frecuentes alteraciones temporales y espaciales confiriendo al conjunto el aspecto de un organismo caótico, con el que se pretende reflejar los últimos días de un anciano escritor colombiano que asiste en Barcelona a una feria del libro perfectamente identificable en el tiempo: tras el incendio del teatro del Liceo. Pese a residir en México, rememora sus años infantiles y juveniles colombianos en Santa Anita, la casona de la abuela, y la muerte de su perra. El retrato del personaje se define a través de una acción casi inexistente (un presente que evoca el pasado), insomnios, paseos por las Ramblas, extravíos y abundante alcohol, diálogos con interlocutores diversos: sus colegas en la feria pueden servir, incluso, como coro; el interlocutor ha asistido a su entierro y se nos informa del crematorio del cadáver, aunque el autor tiene necesidad de justificar el mecanismo: "-Bueno, ¿y cómo llegó a saber todo lo que cuenta que pensaba el viejo? ¿Acaso también usted penetra las cabezas ajenas con el lector de pensamientos? / -¡Qué va, hombre, es más simple que eso! Es que yo compartía infinidad de cosas con él, como por ejemplo, el cariño a este idioma deshecho, el amor a esa patria deshecha, una que otra manía explicable y tolerable, y un viciecito que da varios años de cárcel y del que después le cuento". Algo se dirá de las manías y bastante de algunos de los temas anunciados.

La situación colombiana constituirá un tema esencial; las consideraciones sobre la muerte abundan. El viejo llevará, incluso, una libreta con los nombres de sus muertos. Otra de las obsesiones será la degradación del mundo, sus explosivas opiniones sobre el Islam, contra los católicos, los pobres, las mujeres, contra todo. Su anarquismo es nihilista hasta el punto de poner constantemente en juego su propia existencia: atraviesa las calles con los ojos cerrados, como conducía ciegas de México a Querétano. Se lamenta de la decadencia de la lengua, otro tema recurrente. Se sirve de formas colombianas arcaicas o mexicanas dialectales e incluso del catalán. Desde la perspectiva religiosa, utiliza adjetivos no siempre complementarios: "era un irreligioso, un anticlerical, un ateo, un incrédulo, un impío, un escupehostias, un irreverente, un indiferente, un impenitente, un reincidente, un laico, un jacobino, un volteriano, un antica- tólico, un antiapostólico, un antirromano, un librepensador, un enciclopedista, un relapso, un teófobo, un clerófobo, un blasfemador, un indevoto, un tibio, un descreído, un nefrítico, ¡un nefario!". Ristras parecidas aludirán a otras características. Para conformar su per sonalidad se cruzan las acciones, se proponen interlocutores, ya que Vallejo abunda con acierto en el diálogo.

La ciudad observada se recuerda en paralelo con otro viaje juvenil. De su infancia, el recuerdo más significativo es una profanación en la comunión. La Rambla paralela se convierte en un ejercicio de estilo y en un exagerado alarde de construcción técnica. Vallejo utilizará el lenguaje para accecer al análisis de una personalidad en la que se resumen los grandes temas existenciales y el desengaño político de una Colombia agónica. Su fragmentarismo contribuirá a diseñar un retrato barroco, excesivo y algo tópico.