Image: A paso de cangrejo

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Novela

A paso de cangrejo

Gönter Grass

13 marzo, 2003 01:00

Gönter Grass

Trad. M. Saenz y G. Loebsack. Alfaguara. 244 pp, 17’50 e. Cinco Decenios. 127 pp, 16’50 e.

Cuando en 1999 se traducía Mi siglo, se nos figuraba difícil que alguna de sus obras posteriores pudiese ofrecernos un perfil más completo de Grass, pese a la libertad de situaciones y perspectivas con las que recreaba la centuria que le vio nacer entre las dos grandes guerras.

Y algo de ello sucede con el volumen autobiográfico en el que el escritor resume sus 50 años de vida comprendidos entre su ingreso en la Academia de Bellas Artes de Dösseldorf para hacerse escultor y la obtención del premio Nobel de Literatura. Mas estos Cinco decenios valen sobre todo por lo que su subtítulo anuncia: se trata de un auténtico informe del taller de un artista para el que el dibujo y la escritura "se alimentaban de la misma tinta" (pág. 17). En estas breves páginas, profusamente ilustradas, el lector interesado por las relaciones entre el talento espacial de los artistas plásticos y el temporal de los literatos encontrará argumentos de primera mano, así como también muestras de la poesía de Grass debidamente contextualizadas en su biografía o en su propia evolución estética. Al margen de la calidad de su lírica, se confirma aquí que el autor de El rodaballo no es un pensador, sino un poeta, y por ello le asiste la prerrogativa de la arbitrariedad. Pero en las ideaciones más imaginativas de los poetas están algunas de las verdades más profundas que se les pueden escapar tanto a los filósofos como a los historiadores.

Para Grass el fundamento ético del escritor es, ante todo, su compromiso con la Historia para evitar que sus calamidades se repitan por mor del olvido freudiano al que los individuos y los pueblos podemos entregarnos irresponsablemente. Había en Mi siglo una muestra cabal de ello: el profesor Hüsle adopta el papel de aguafiestas cuando en medio del entusiasmo generalizado por la caída del muro de Berlín recuerda que otro 9 de noviembre, 51 años antes, ocurrió la "Noche de los cristales rotos" del Reich.

A paso de cangrejo viene a continuar en la misma línea, retomando aquella obsesión histórica, ese "dolor de Alemania" que unamunianamente aqueja al autor. A tal fin aborda, junto al renacer del nazismo, un tema que ya aparecía en Mi siglo: el choque generacional por el que los abuelos, filonazis o estalinistas como es el caso aquí de Tulla Pokriefke -personaje que viene de obras anteriores de Grass- se entienden mejor con los nietos que éstos con sus padres, sobre todos con los convencidos de que contra el Muro se vivía mejor, como sucede con el "mediocre periodista" Paul Pokriefke, que narra esta historia.

En Cinco decenios explica el escritor cómo su experiencia de prosista viene de la que muy pronto adquirió como escultor: algo así como ir desbastando un tronco narrativo inicial "por lo que la superficie de las imágenes narrativas era tosca y admitía cambios hasta la etapa de corrección de pruebas" (pág. 34). En A paso de cangrejo, el título describe un narrar hacia delante y hacia atrás, y puede taracear así hábilmente la simultaneidad de tres trayectorias heroicas -la de un líder nazi, el joven judío que lo asesina y el comandante ruso de un minisubmarino que hunde el barco bautizado con el nombre de aquel, Wilhelm Gustloff-, el relato de cómo Tulla dio a luz al narrador en medio del naufragio y cómo éste se encuentra con que la página de internet donde se hace apología del nazismo y se quiere presentar aquel acto bélico como un crimen, está elaborada por su propio hijo Konny. Grass, que en un guiño provocador da como dirección de este sitio la suya, llama la atención acerca del resurgimiento del neofascismo, y ello tiene también que ver con ese paso de cangrejo que el título consagra. Si en el comienzo de la historia a Gustloff lo acribilla a balazos David Frankfurter, Konny Prokriefke hará lo propio con su "eniamigo" (pág. 196) del chat, Wolfgang, un adolescente alemán filosemita al que un enfermizo sentido de la expiación le había llevado a sustituir su nombre por el de David. La maldición, como la Historia, "no cesa. No cesará nunca", concluye el relato.