Image: Libro de actas

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Novela

Libro de actas

Ramón Pernas

20 marzo, 2003 01:00

Ramón Pernas. Foto: M. R.

Espasa. Madrid, 2003. 187 páginas, 17 euros

Gael, un narrador que se presenta como experto pendolista y afirma haberse ganado la vida "dibujando letras, haciendo cenefas de tinta, coloreando pergaminos" (pág. 36), decide redactar un Libro de Actas que dé testimonio de su vida y la de sus familiares.

Tras un capítulo introductorio de presentación, los cuatro siguientes -las Actas- se dedican a la evocación respectiva del padre, la madre, la esposa y el hijo. Un Acta anexa, redactada por este último, puntualizará algunas informaciones ofrecidas por el narrador, justificando así una confesión del capítulo inicial, en la que Gael reconoce ser "un hombre detenido en el tiempo que juega a refugiarse en sus fantasías, en sus ensoñaciones, en sus días y noches iguales que siempre son distintas gracias al efecto curativo de la literatura" (pág. 34). El meollo de la historia no reside, en efecto, en evocar el transcurso de una vida, sino en mostrar el poder liberador de la literatura, que permite expandir la existencia propia y construir, con el recuerdo de otras voces, mundos armónicos que compensen de las insuficiencias y miserias del mundo real. Esta idea germinal, que explica en parte crea-ciones como la Odisea, la Divina Comedia o el Quijote, preside la composición de la novela de Ramón Pernas.

La narración de Gael es un continuo soliloquio -no existen diálogos en estilo directo- que brinda al autor la oportunidad de mezclar diversas modalidades de la prosa, desde el relato de acciones hasta la rememoración de sensaciones o pensamientos que a menudo detienen la escasa acción y la remansan, acercándola a los confines de la llamada novela lírica. Es aquí, en estos destellos poéticos, donde brotan los mejores pasajes de la obra -piénsese en la evocación del noviazgo y el matrimonio-, e incluso los más felices hallazgos expresivos: "Viene espeso el aire cargado de jirones de lluvia, llueve a brochazos en un chubasco horizontal" (pág. 126).

Pero, junto a estos aciertos, algunas escenas un tanto desmedidas, como el encuentro con la Muerte, y numerosos descuidos idiomáticos, conspiran contra la calidad del conjunto y erosionan muchas páginas. Como es la tensión de la prosa la que permite mantener -o no- el interés de la historia, el abultado relieve de los usos erróneos desactiva en muchos casos ese posible atractivo.

El lector no sabe cómo aceptar que las cejas de alguien sean "como una raya de grueso trazo que dividía en dos su frente" (pág. 88), cuando lo que hay bajo esa imaginaria línea horizontal ya no es la frente. O cómo, a renglón seguido, puede hablarse de "una niña adoptada a una de esas familias inglesas que se quedaban en el pueblo". También resulta difícil saber cómo será "una madrugada llena de claroscuros vitales" (pág. 86). Hay errores en el uso de algunas correlaciones verbales: "Los gatos retozaban [...] como si nunca conocieran [por ‘hubieran conocido’] más mundo que el campamento" (pág. 28); "como si [...] hubiera puesto un cartel que diga [por ‘dijera’] entre sin llamar" (pág. 41). Una conversación es una "tertulia a dos" (pág. 41) y la vida matrimonial un "envejecimiento a dos" (pág. 119), con sintaxis tan reprobable como la morfología de "postrero tiempo" (pág. 86) o de "cualesquiera iniciativa que se les ocurriera" (pág. 52). En otro lugar: "Fue una de las pocas conversaciones no trivial que mantuvimos" (pág. 103). Hay frases defectuosamente construidas: "El presenciar la muerte de mi padre, que si bien yo la consideraba tan estúpida como obscenamente exhibicionista, me tuvo impresionado varios años" (pág. 53). Existe impropiedad léxica en vocablos como "atrabiliario" (por ‘arbitrario’, pág. 72), "trastabillarse" (pág. 83) o "complicidad" (pág. 103).

Estas insuficiencias lastran una obra no exenta de valores cuya redacción final tendría que haber sido revisada.