Image: Dios se ha ido

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Novela

Dios se ha ido

Javier García Sánchez

17 abril, 2003 02:00

Javier García Sánchez. Foto: Cristóbal Lucas

Premio Azorín 2003. Planeta. Barcelona, 2003. 347 páginas, 18 euros

Tiene Dios se ha ido un magnífico arranque. En un corto espacio, Javier García Sánchez despliega un selecto puñado de noticias que amarran con fuerza al lector porque anuncian un tenso conflicto.

En síntesis, el narrador revela que está escribiendo una confesión dirigida a un lector expreso, a quien pretende distraer, interesar, seducir y acorralar. Se trata de un hombre común, de vida muy normal, muy apagada y sin sobresaltos, según explica, y sólo un poco peculiar ("algo hipocondríaco, pelín paranoico"). De suyo, a este bibliotecario y campeón frustrado de ajedrez "le inspiran pánico la vida y las personas", y en el momento en que hace su relato se encuentra solo, lo cual es, dice, "la verdadera muerte".

Algo importante ha de esconderse bajo esa capa de normalidad para que alguien se afane en esta especie de psicoanálisis escrito. El secreto lo esclarece el narrador revisando su historia con atención fuertemente intimista, aunque también atendiendo lo imprescindible a su vertiente colectiva, pues un trozo de ella se explaya en una etapa de militancia gauchista. No hay, sin embargo, en su pasado ni episodios ni convulsiones excepcionales, nada más algunas manías o sucesos pintorescos.

Salvo unas pocas experiencias o circunstancias actuales infrecuentes, toda la trayectoria del protagonista entra dentro de parámetros corrientes, y datos como la relación cotidiana con los perros, la larga convivencia con su mujer o el trato con los hijos insisten en esta dimensión. Así que pronto sabemos que está refiriendo la experiencia de una persona semejante a tantas otras y que lo hace con un ánimo de indagación trascendente, y no con curiosidad costumbrista, según se desprende del rotundo título.

Los agobios en ristra que inquietan al narrador se proyectan hacia un final nihilista. él mismo lo evidencia en una declaración ramoniana: "Qué hermosa y efímera inutilidad: la vida". El balance de esta visión existencialista llega después de que el agnóstico narrador busque a Dios por doquier, mediante una afortunada creación verbal. Convierte un verbo unipersonal en personal y cierra la confesión así: "Tanto silencio y yo aquí. / Anochezco."

Para reforzar la voluntad trascendente de la novela, todavía añade García Sánchez un importante recurso más. Al final, resulta que el lector a quien el narrador apela repetidas veces de un modo un poco cansino tiene entidad propia y no somos nosotros, los lectores reales. Nos hallamos ante una creación que, al estilo del Abel Sánchez unamuniano, se rebela contra su creador y le exige que respete el fuero adquirido.

Estas sucintas notas permiten subrayar las dos marcas fundamentales de Dios se ha ido, su cualidad reflexiva encaminada a abordar una problemática metafísica y la exigencia de su construcción y estilo. García Sánchez es un escritor grave, uno de los más serios y profundos de nuestra narrativa actual. Siempre se ocupa de asuntos sustantivos, sobre todo morales y existenciales. A estas preocupaciones vuelve en la presente ocasión, con un acento desesperanzado que pone en cuestión cualquier valor no material y contingente de nuestra naturaleza.

Es, en este sentido, una novela ácida y triste. Su efecto, un pesimismo razonado, se consigue mediante el discurrir especulativo del narrador y se potencia con anécdotas de un humorismo negro. Pero el resultado global no es tan logrado como tantos buenos materiales y tan cuidadosa disposición presagian. Casi siempre tiene García Sánchez el enemigo en su propia casa, en su tendencia a la prolijidad anecdótica y al verbalismo. El narrador habla demasiado y se demora en experiencias irrelevantes. Por eso, se hace un poco pesado, aburre algo con su palabrería y, mediada la novela, sus cuitas o dejan de interesar o no consiguen acongojar en la medida en que lo pretende el autor.