Image: La vida invisible

Image: La vida invisible

Novela

La vida invisible

Juan Manuel de Prada

24 abril, 2003 02:00

Juan Manuel de Prada. Foto: M.R.

Premio Primavera. Espasa. Madrid, 2003. 312 páginas, 22 euros

Hace tres años, Juan Manuel de Prada, que se había sentido atraído por la figura de Ana María Martínez Sagi, publicaba Las esquinas del aire, peculiar biografía o reconstrucción novelesca que, sin desdeñar las técnicas del reportaje de investigación, rehacía el itinerario de aquel olvidado personaje.

Ahora, en La vida invisible, el joven escritor Alejandro Losada, que ofrece numerosos rasgos del propio autor, trata de reconstruir y narrar la vida de Fanny Riffel, una supuesta pin-up norteamericana de los años cincuenta, con el relato, la documentación y las grabaciones proporcionadas por Tom Chambers, que le propone componer "una novela escrita a partir de una historia real que nadie conoce" (pág. 80). En cierto modo, pues, se repiten aquí el punto de arranque y el diseño narrativo de Las esquinas del aire -literatura creada sobre literatura- si bien La vida invisible ofrece una diferencia esencial, porque la historia de Fanny Riffel cobra un inesperado paralelismo con la de la joven profesora Elena Salvador, hundida en la degradación a consecuencia de un amor fou del que el narrador se siente involuntario responsable. Y, si Chambers intenta expiar su atolondrada ofensa juvenil rescatando a la maltrecha Fanny de los abismos de la alienación, Alejandro seguirá un camino similar en su búsqueda de Elena, perdida en el inframundo madrileño de las mafias de la prostitución. Este descenso a los sótanos más oscuros de la sociedad, esta especie de "busca" barojiana actualizada que ocupa la última parte de la novela, demuestra que Prada se ha decidido a dar un paso adelante: en lugar de buscar la vida en la literatura la ha perseguido mirando a su alrededor, fijando su atención en tipos que, como indica el narrador, "siempre habían estado allí, aunque yo no hubiese reparado en ellos. De repente, los inquilinos de la vida invisible se corporeizaban ante mí, cada uno con su historial de padecimientos esculpido en las facciones" (pág. 423).

Es como si, de pronto, el escritor Alejandro Losada se hubiera percatado de que el arte imita a la naturaleza y de que la copia sólo es legítima si nos catapulta hacia el modelo.

La vida invisible es una novela sobre la culpa y la expiación -también sobre el amor y la piedad-, aunque el origen de tales sentimientos resulte un tanto inconsistente. No hay que buscar en estos personajes la profundidad psicológica de los tipos de Dostoyevski, y sí, en cambio, resaltar la destreza del ritmo narrativo o la habilidad con que se van modulando los paralelismos entre la historia de Fanny la de Elena, incluso con el intercambio de fórmulas expresivas caracterizadoras. Si Elena, por ejemplo, tiene una "sonrisa convulsiva e ingenua" (pág. 30), o una "belleza vulgar y efervescente" (pág. 70), Fanny exhibirá una sonrisa "convulsiva y efervescente" (págs. 119, 124); el acecho de Alejandro ante el piso de Elena recuerda el de Bruno, y también los del adolescente Chambers o Jim frente a la casa de Fanny (págs. 513-514). Por otra parte, las repeticiones literales de ciertas acuñaciones fraseológicas (págs. 39 y 131, 95 y 242, 9 y 253, 115 y 463, 116 y 463, etc.) garantizan el hilván necesario entre las partes de cada historia -segmentadas en la narración- aunque en algún caso lleguen al exceso, como sucede con la imagen que hace de la boca una "cornucopia de palabras", que aparece en numerosas ocasiones (págs. 220, 223, 245, 248, 380, 489, 530). Prada es un excelente prosista; posee instinto idiomático e inventiva para la creación de fórmulas metafóricas inesperadas, que en ocasiones encadena con demasiada profusión. La retórica solemne de la página inicial, que incluye un complejo y barroco paralelismo trimembre, es adecuada a esa obertura. En cambio, la frondosidad metafórica de la última parte, dedicada al submundo de la trata de blancas, es tal vez excesiva, porque hace recaer demasiado la atención sobre la forma misma del relato. A estas páginas les hubiera convenido una prosa más escueta y directa. En ellas se encuentra, además, el Prada más renovador, dentro de una novela que es por sí misma un considerable avance en la obra del escritor.

En una narración tan extensa y repleta de hallazgos expresivos no son demasiado significativos algunos leves deslices o usos mejorables: el de "impávido" e "impavidez" por "impasible" o "impasibilidad" (págs. 11, 20, 22); adjetivaciones como "coche suntuario" (por "suntuoso", pág. 504), "pieza de rareza indiscernible" (pág. 182), "frío enjuto" (pág. 62), "silencio alto" (pág. 14) o citas "desconvocadas" (por "anuladas, revocadas", pág. 325).

En "aquella isla de felicidad podría naufragar" (pág. 360), la construcción metafórica se vuelve contra sí misma. Y parece extraño que un helicóptero que sobrevuela de noche las azoteas pueda deslizar "su sombra de reptil jurásico sobre las fachadas de los edificios" (pág. 26) cuando antes se ha dicho que del cielo "habían desertado las estrellas" (pág. 24). ¿Cómo podría producirse la sombra?