Javier Gúrpide. Foto: M. R.

Esta es la historia de un pueblo que perdió la escritura, se sumió en el caos y sin libros tuvo que "aprender a leer en los sueños". De un joven varado en la frustración desde que "castraron" sus ideales.

De un viejo aferrado al arte y la literatura: única verdad capaz de redimir a la humanidad. De una niña que aprendió a ilustrar lo que no llegó a comprender. De una historia de amor que no pudo ser.

Esta es la historia vivida por Dhu, la de China durante el régimen maoísta y su revolución cultural, la del dolor y el desengaño de quienes, como él, se atracaron de vida alimentándose de palabras grandes -China, Estado, Comunismo- que resultaron inútiles; la que narra qué pasó entre el que fue y el que es: el descenso de su ardor guerrero, el principio de un itinerario sin rumbo, sin más defensa que su oficio de ebanista en una región "rebosada de árboles de laca". La de sus silencios, la de su rabia. La de esa niña que logró justificar su existencia. Pero esa es sólo parte de la novela que conduce la voz de un narrador omnisciente, hilo conductor de un relato emparentado con la tradición oriental, gobernado por un tono poético y resuelto como una parábola en la que se superponen significados y sentidos.

Esta es la más ambigua y poética de las historias narradas por Javier Gúrpide, la más ambiciosa, la que confía al lenguaje todas las posibilidades expresivas de la ficción. Lo es desde la idea de dar forma literaria a la utopía con el diseño que la presenta, hasta la disposición argumental, organizada en dos voces, dos tiempos. Es su empresa más arriesgada, con momentos de verdadero dramatismo poético, y el mérito de guardar sorpresas que aguardan a sus lectores.